GLADIUS
Estudios sobre armas antiguas, arte militar
y vida cultural en oriente y occidente
XXXVII (2017), pp. 7-51
ISSN: 0436-029X
doi: 10.3989/gladius.2017.01
LAS ARMAS Y EL CONTEXTO DEL GUERRERO DE “LAS ATALAYUELAS”
(JAÉN): UNA ESCULTURA DE ÉPOCA IBÉRICA
TARDÍA/ROMANO REPUBLICANA*
THE WEAPONS AND THE HISTORICAL CONTEXT OF THE “LAS ATALAYUELAS”
WARRIOR (JAÉN, ANDALUSIA, SPAIN): A SCULPTURE OF LATE
IBERIAN/ROMAN REPUBLICAN DATE
POR
Fernando Quesada sanz** y Carmen rueda Galán***
resumen - abstraCt
Analizamos en detalle las armas romanas representadas en un nuevo fragmento escultórico procedente del entorno del oppidum ibérico de Las Atalayuelas (Jaén), posiblemente del entorno de su santuario periurbano. Aunque
fue roto intencionalmente y probablemente reutilizado, conserva suicientes elementos como para saber que se trata
de un fragmento de decoración arquitectónica de un monumento importante. Representa un jinete armado con la panoplia defensiva típica de la caballería romana republicana: parma equestris y lorica hamata. Se trata de una obra
de un taller local que representaría, bien un jinete romano en una escena de combate, bien un jinete ibérico de alto
rango armado ‘a la romana’ en una escena heroizante. Se puede fechar en el s. II a. C. o primeras décadas del I a. C.
We study in some detail the Roman weapons represented on a new fragmentary sculpture from the Iberian
oppidum at Las Atalayuelas (Jaén, Andalusia, Provincia Baetica), probably from the periurban sanctuary or its surroundings. Although it was intentionally damaged and reused, enough elements remain to show that it formed part
of the sculpted decoration of an important architectural monument. It represents a horseman armed with the characteristic defensive weapons of the Roman Republican cavalry: parma equestis and lorica hamata. It is the work of
a local Iberian workshop depicting either a roman horseman in a battle scene, or an Iberian aristocrat with Roman
weapons in a heroizing context. It can be dated to the Second century B.C. or the irst half of the First.
Palabras Clave - Keywords
Escultura romana; escultura ibérica; oppidum; cota de malla; lorica hamata; escudo; popanum; parma equestris.
Roman Sculpture; Iberian Sculpture; oppidum; chain mail; lorica hamata; Cavalry Shield; popanum; parma
equestris.
* Trabajo realizado dentro del proyecto MINECO HAR 2013-43683-P ‘Resistencia y asimilación. La implantación
romana en la Alta Andalucía’ y del proyecto MINECO HAR2014-59008-JIN ‘3D y SIG para la interpretación y difusión
de un acontecimiento histórico-arqueológico: La Batalla de Baecula en el Camino de Aníbal’. Los autores agradecen
la detallada revisión del manuscrito original por parte de los anónimos evaluadores, cuyas sugerencias y observaciones
hemos seguido en la casi totalidad de los casos.
** Departamento de Prehistoria y Arqueología. Universidad Autónoma de Madrid. fernando.quesada@uam.es / ORCID iD: http://orcid.org/0000-0001-8664-0989.
*** Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica. Universidad de Jaén. caruegal@ujaen.es / ORCID
iD: http://orcid.org/0000-0003-2531-7197.
Copyright: © 2017 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de una licencia de uso y distribución
Creative Commons Attribution (CC-by) España 3.0.
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FERNANDO QUESADA SANZ y CARMEN RUEDA GALÁN
Cómo Citar este artíCulo / Citation
Quesada Sanz, F. y Rueda Galán, C. (2017): «Las armas y el contexto del guerrero de Las Atalayuelas (Jaén):
una escultura de época ibérica tardía/romano republicana». Gladius, XXXVII: 7-51. doi: 10.3989/gladius.2017.01
La escultura que vamos a analizar aquí fue recientemente presentada, con la brevedad propia del caso, en el previsto volumen en Homenaje a Martín Almagro-Gorbea (Quesada y Rueda,
e. p.), pero el estudio más detallado de sus elementos, y en particular de las armas representadas
y del contexto social en que la obra se produjo, exige un trabajo mucho más extenso y reposado, que abordamos aquí. El elenco de esculturas ibero-romanas (o romano-republicanas, según
la perspectiva) con imágenes de combatientes y, en general, el catálogo de esculturas romanas
republicanas con armas es tan escaso que cualquier adición ha de ser bienvenida.
No repetiremos aquí las circunstancias en las que ha llegado a ser depositada en los fondos del Museo Arqueológico de Sevilla como parte del Fondo Arqueológico Ricardo Marsal
Monzón (Ruiz, 2014; Quesada y Rueda, e. p.), y remitimos también al trabajo citado para una
descripción más minuciosa de esta escultura en piedra arenisca de grano ino y escala aproximada a la mitad del natural.
Nos encontramos ante un fragmento de igura humana en altorrelieve muy profundo, casi
de bulto redondo en la zona de la espalda (Figs. 1 a 6 en diferentes vistas). Del cuerpo se
conserva solo el torso protegido por armadura, parte de la pierna y brazo izquierdos, apenas
indicados porque los cubre un gran escudo circular, aunque se aprecia claramente la rodilla
izquierda, detalle cuya importancia veremos enseguida.
Figura 1. Figura de Las Atalayuelas. Vista lateral/trasera izquierda. Museo Arqueológico de Sevilla. (Foto F. Quesada).
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Figura 2. Dimensiones de la escultura de Las Atalayuelas.
Figura 3. Vista oblícua, indicando como el plano del escudo y el del pecho son divergentes. (Foto F. Quesada).
El trozo conservado forma parte
de un bloque mayor, de carácter arquitectónico, dado que el lateral derecho
del cuerpo se talló muy sumariamente
en la parte del cuello (Fig. 6 y detalle en Fig. 12 más adelante), y nada
en absoluto en la zona del abdomen.
Más adelante examinaremos de nuevo
la importancia de la posición forzada
del pecho con respecto al plano del escudo y extremidades del lado izquierdo del cuerpo (Fig. 6). Sin embargo,
dado que la espalda aparece completamente tallada hasta el costado derecho
(Figs. 3 y 4), y que de frente se talló,
al menos, la pierna izquierda en bulto
redondo (ver detalla más adelante en
Fig. 9), cabe pensar que esta igura era
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Figura 4. Vista del costado derecho/espalda. (Foto J. P. Bellón).
Figura 5. Vista de la cara trasera del bloque. (Foto J. P. Bellón).
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Figura 6. Vista frontal, mostrando el peril del escudo y el pecho
girado hacia a la derecha de la igura. (Foto J. P. Bellón).
originariamente parte del extremo derecho (o esquina) de un friso esculpido en altorrelieve
muy profundo, y que constituía una igura diseñada para poder ser vista desde la espalda (una
esquina),y desde el costado derecho (el escudo), pero no desde su frente, lo que se deduce de
la tosca solución del pecho, en el que la hombrera derecha de la cota de malla, que además
apenas aparece tallada, está en postura forzada y desproporcionada frente a la más correcta
alineación de la hombrera izquierda (Figs. 6 y ver también detalle en Fig. 12). En su estado
actual la pieza aparece no solo fracturada sino retallada, en planos más o menos rectos, sin
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duda para facilitar su reutilización en un muro, triste destino de buena parte de las esculturas
ibéricas conocidas. Para ello se recortaron un trozo de la espalda y el costado derecho (Figs. 4
y 5), y la parte baja del torso y bajo la rodilla izquierda (Figs. 7 y 8).
Figura 7. Vista de la cara inferior con labra original y retalles. (Foto F. Quesada).
Figura 8. Vista oblícua desde la parte inferior. (Foto J. P. Bellón).
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El tamaño de la escultura indica una escala aproximada de una mitad del natural (Quesada
y Rueda, e. p., para un análisis detallado). El fragmento actual mide 38,5 cm desde el arranque
del cuello al borde del faldellín y 42,5 cm a lo largo de la base (Fig. 2). El diámetro original
del escudo (trazado a compás, pues en su centro se aprecia todavía el punto de rotación inciso,
Fig. 2 y ver detalle en Fig. 13) era de 37 cm, lo que cuadra muy bien con un escudo a escala
real de 2,5 pies romanos (infra).
IDENTIFICACIÓN DEL FRAGMENTO COMO PARTE DE UN JINETE
La rotura del fragmento nos obliga a buscar la identiicación de la postura original de la
igura, algo que es más complejo de lo que pudiera parecer a primera vista. La proyección casi
horizontal del muslo izquierdo desde la cadera a la rodilla (Figs. 2 y 9) deja solo tres posibilidades teóricas: (a) una igura arrodillada, o bien (b) sentada sobre un trono, escabel o una roca
(para justiicar la ausencia de respaldo), o bien (c) un jinete.
Figura 9. Rodillas del jinete en relación con el escudo. (Foto F. Quesada).
(a) Para una igura arrodillada, postura que parecería en principio poco probable, pese a
casos como el del frontón del templo de Afea en Egina, contamos con un precedente mucho
más cercano que nos obliga a considerarlo. Se trata del llamado ‘guerrero de Lattes’ (Sur de
Francia, s. V a. C.) (véase Fig. 14). Sus armas, cascos, disco coraza, grebas, presentan una
evidente vinculación con la panoplia ibérica antigua (Dietler y Py, 2003; Py y Dietler, 2003;
Farnié y Quesada, 2005: 205-207; Janin y Py, 2008; en último lugar Py, 2011: 55-71) aunque
hay quien preiere incidir en paralelos itálicos.
Sin embargo, la trasera del guerrero de Las Atalayuelas (Figs. 1 y 4) y sobre todo la vista
inferior (Figs. 7 y 8) nos llevan a desechar esta posibilidad. No se aprecia en la base del torso
señal alguna de la pierna y pie derechos, que deberían marcarse bajo las nalgas o al menos
haber dejado alguna traza en la parte inferior como ocurre en Lattes.
Debemos recordar en todo caso que entre el guerrero de Lattes, una producción arcaica
del s. V a. C., y el de Las Atalayuelas median varios siglos de distancia temporal, aparte de la
geográica. Hay en esto dos ‘falsos amigos’ iconográicos con la escultura de Las Atalayuelas:
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por un lado, el ino plisado de la túnica que asoma bajo la cota (Figs. 10 y 11) y que se da
también en los jinetes arcaicos de Los Villares de Albacete (Fig. 15.a); y, por otro, el ancho
cinturón con rebordes laterales (Fig. 4). Pero, como veremos, el escudo con umbo y la cota de
malla, elementos ambos posteriores al s. III a. C., impiden la conexión. Además, la rotación del
torso de Las Atalayuelas, que contrasta con la frontal rigidez de Lattes, evidencia los cambios
producidos en la plástica tanto como en la panoplia a lo largo de tres siglos.
Figura 10. Detalle de la cota de malla y el faldellín en la espalda. (Foto F. Quesada).
(b) Tampoco nos parece posible que el guerrero de Las Atalayuelas estuviera sentado. La
ausencia de cualquier traza de respaldo que habría de verse en la base de la espalda (Fig. 10)
nos lleva a descartar cualquier tipo de trono o escabel. Pero es que además, una igura sentada
y a la vez armada con un gran escudo circular no tiene mucho sentido, sobre todo si contamos,
como vamos a ver, con una opción mucho mejor.
(c) Finalmente, cabe la posibilidad de que el torso formara parte de una escultura de jinete.
El principal problema es que no queda rastro alguno visible del noble bruto ni del ephippion
(manta de montar). No se vislumbra en la trasera, donde la cota de malla cae bastante rígida
y no parece plegarse como si se apoyara en algo, pero es claro que esa objeción se habría de
aplicar igualmente a las opciones ya descartadas (a) y (b). Tampoco aparecen restos del lomo
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Figura 11. Detalle de la abertura lateral derecha de la cota de malla, propia
de un jinete. (Foto J. P. Bellón).
del caballo esculpido en bulto redondo o en muy altorrelieve, junto a la cara interior del muslo
izquierdo (Fig. 9). Pero como se aprecia en una visión tomada rasante hacia el pecho de la
igura (Fig. 6), el retallado de la pieza hace que, si existió un relieve equino en la parte derecha
o baja, éste se haya perdido por completo sin afectar necesariamente a la parte conservada, por
tratarse de dos planos diferentes. La pierna izquierda del jinete fue la única parte tallada casi
en bulto redondo, lo que tiene sentido en esta perspectiva. Por otro lado, el que en la parte inferior (Figs. 7 y 8) haya un entalle con marcas de cincel más cuidadas, procedentes de la labra
original del bloque, no excluye la opción del caballo, precisamente por tratarse de un relieve
arquitectónico y no de un bulto redondo
En cambio, hay tres circunstancias, dos propias de la escultura misma (A y B), y otra que
recurre a paralelos iconográicos (C), que apoyan la interpretación de la escultura de Las Atalayuelas como parte de un jinete.
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Figura 12. Hombreras y broche de ijación de la cota en
el pecho. (Foto F. Quesada).
«Cuando se siente, sea a pelo o
sobre un ephippion, no recomendamos la posición como si fuera
sobre un carro, sino recto, como
si estuviese andando, con las
piernas bien abiertas, pues así se
agarrará mejor al caballo con los
dos muslos». Este asiento con las
piernas pendientes, más frecuente en la iconografía de época clásica en adelante (Spence, 1993:
46 y Pl. 1-16), es más estable
y eicaz (Koolen, 2012: 53), de
hecho es el más natural, incluso
con el modelo de silla romana,
inspirado en estándares galos y
utilizado a partir de los siglos
II-I a. C. (Quesada, 2005: 135
ss.; Junkelmann, 1991: Abb. 7679, estelas de caballería auxiliar
A.- En primer lugar, la pierna doblada en ángulo recto, una vez descartada la opción de una igura arrodillada
o sentada, es plenamente adecuada para
una igura de jinete; sobre todo en la
tradición escultórica ibérica en la que
a menudo el muslo aparece casi horizontal y la pantorrilla vertical, en una
postura antinatural para cabalgar, pero
bien documentada iconográicamente
(Fig. 9). Como se aprecia en la Fig. 15ab, tanto los dos jinetes de Los Villares
(fechables a mediados y ines del s. V
a. C. respectivamente, cf. Blánquez,
1992: 124-125) como el del Llano de
la Consolación hoy en St. Germainen-Laye (quizá s. V a. C., Rouillard,
1997: 116) llevan la rodilla muy alta y
el muslo casi horizontal. Este sistema
de representación, característico sobre
todo de la estatuaria griega arcaica (Eaverly, 1995: passim), es impracticable
en la monta real, ya que impide el eicaz control del caballo y es agotador.
Jenofonte, Hipp. 7, 5-6 critica especíicamente el asiento con el muslo horizontal como en el pescante de un carro:
Figura 13. Detalle del umbo central con maca de compás para
trazado del perímetro en el centro. (Foto. F. Quesada).
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imperial). Todas las reconstrucciones experimentales modernas exigen, para ser
eicaces, una monta con la pierna bastante
estirada (e.g. Junkelmann, 1991: Abb. 99;
Junkelmann, 1992: passim, Abb. 55, 56,
59, 60).
El modelo de Las Atalayuelas se inserta en una tradición iconográica ibérica
antigua, arcaizante, aunque en el periodo
iberorromano ya había sido a menudo
desplazada por la representación más correcta anatómicamente en la que el muslo baja oblicuo en lugar de mantener la
forzada posición horizontal (Figs. 15c-d,
respectivamente jinetes del primer monumento tardío en relieve de Osuna en
el MAN y bulto redondo probablemente
iberorromano en el Palacio de Torres Ca-
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Figura 14. Posición posible del guerrero de Lattes (S.
V a. C.). (Según M. Py, 2011).
Figura 15. Detalles de la posición de las piernas en los jinetes de Los
Villares2 –Museo de Albacete–, Llano de la Consolación –Museo de St.
Germain en-Lay; Palacio de Torres Cabrera –Col. Romero de Torres– y
Osuna –Museo Arqueológico Nacional–. (Fotos F. Quesada).
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brera en Córdoba, cf. León Alonso, 1981: 189 y Chapa, 1986: 105). En estas condiciones,
cabría pensar que la postura del jinete de Las Atalayuelas releje una data antigua, pero como
veremos, la cota de malla y el escudo llevan a pensar en un arcaísmo formal de la representación, pero no en una fecha antigua de la labra.
B.- La postura del torso y de la pierna izquierda son perfectamente consistentes con un
jinete. Según observamos (en las Figs. 3 y 6) el plano de la espalda —y por tanto el del pecho— no es perpendicular al plano de escudo (y del brazo que lo sostiene), sino divergente. De
hecho, en la Fig. 6 se ve con claridad que el plano del pecho está oblicuo —o casi paralelo— al
plano del escudo, en lugar de perpendicular a él. Es decir, la igura que avanza hacia la izquierda lleva las piernas abiertas y, si nos colocamos tras su espalda, el conjunto de pierna izquierda, brazo izquierdo y escudo se abre hacia el exterior del cuerpo, lo que no resulta evidente
en un vistazo preliminar al fragmento escultórico, pero sí en un examen detenido. Y ello es
natural porque un jinete lleva de necesidad abiertas las piernas, como se ve perfectamente en
el caso del jinete ibérico del Llano de la Consolación en Albacete (Fig. 16) (Rouillard, 1997:
116 ss.). También, por tanto, se ha de abrir algo el brazo del escudo.
Figura 16. Detalle del jinete del Llano de la Consolación Museo St. Germain-en-Laye, Paris). (Foto F. Quesada).
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Por ello, cuando hoy observamos la escultura de Las Atalayuelas, el costado izquierdo no
es visible, ya que está cubierto por el escudo. Esto tiene una consecuencia: la mayor parte de
la supericie de la coraza corresponde a la espalda, toda ella visible. Eso se aprecia mejor en la
zona del cuello, donde se ve bien el rectángulo casi completo de la apertura de la coraza y las
hombreras (Fig. 1). Y la apertura o ‘corte’ visible en la parte inferior de la cota de malla (Figs.
4 y 10) no está en el centro de las nalgas como pudiera parecer, sino en el costado derecho.
Estas aberturas se practicaban precisamente a ambos lados de la cadera para poder sentarse
a caballo con comodidad, según se aprecia en el relieve de Emilio Paulo en Delfos (Fig. 17),
fechable en el 167 a. C. (Plutarco, Aem. Paul, 28). La abertura del costado izquierdo de Las
Atalayuelas queda pues tapada por el escudo.
Figura 17. Detalle del friso del monumento conmemorativo de la victoria
de Paulo Emilio en Pidna (167 a.C.) (Museo de Delfos). (Foto F. Quesada).
C.- Finalmente, y es un elemento a nuestro juicio ya decisivo, los mejores paralelos en
escultura para el uso de escudos redondos de buen tamaño (superiores a dos pies de diámetro
o circa 60/66 cm), con un gran umbo plano central enmarcado por una acanaladura, son precisamente jinetes. Sin pretender en modo alguno ser exhaustivos y sin salirnos del ámbito de
la escultura monumental, en Iberia contamos con el jinete hallado junto al Palacio de Torres
Cabrera en Córdoba y conservado en dicho lugar (Figs. 15c y 18); y contamos también con el
jinete de Lacipo (Málaga) (Fig. 19). Del mismo Foro Romano procede el famoso relieve del
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Figura 18. Jinete de la Colección Romero de Torres hallado junto al Palacio Torres Cabrera (Córdoba).
(Fotos F. Quesada).
Figura 19. Jinete de Lacipo (Málaga). (Según Rodríguez Oliva, 2003).
Lacus Curtius en el Foro de Roma (véase más adelante y Fig. 21).1 De Roma procede también —aunque ahora se conserva en Hever Castle (Kent, Inglaterra)— un relieve pétreo (más
adelante y Fig. 22) que representa un combate entre jinetes romanos, armados con este tipo de
escudo, y jinetes galos o germanos. Hay otras representaciones, pero del escudo aislado, sobre
1
El original se conserva ahora en el Tabularium de los Museos Capitolinos, en el Foro se exhibe una réplica.
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las que volveremos. Por tanto, este escudo concreto se asocia a la caballería romana en todos
los casos bien documentados en que aparece en uso.
Es una lástima que el jinete de La Rambla (o mejor de Montemayor, López García, 1999:
297), cuya calidad técnica es próxima a la de Las Atalayuelas, esté perdido justo de cintura
hacia arriba (Fig. 20). Aunque la monta con la pierna colgante es distinta, más propia de la
escultura romana, su torso hubiera sido un interesante elemento de comparación. El jinete ocupaba probablemente la esquina de un monumento turriforme funerario (según López García,
1999: 299). Algo parecido ocurre con el fragmento de relieve de un monumento, que Rodríguez Oliva interpreta como de carácter funerario, procedente de Lacipo (Málaga) (Fig.19). La
pieza está en pésimo estado, no solo por la pérdida de la cabeza, sino por degradación (véase
en último lugar Noguera y Rodríguez Oliva, 2008: ig. 12 y pp. 397-398), pero la indudable
presencia de una parma con gran umbo rehundido lo coloca como directo paralelo del jinete
de Las Atalayuelas.
Figura 20. Jinete de La Rambla /Montemayor (Museo de Córdoba). (Foto F. Quesada).
EL ESCUDO: PARMA EQUESTRIS ROMANA-REPUBLICANA
Dado lo dicho hasta ahora, procede que examinemos en detalle el tipo de escudo representado en el fragmento de Las Atalayuelas. Como ya hemos dicho, asumiendo una escala de
en torno al 50% de la real o algo menor, el escudo habría tenido en la realidad unos 74 cm de
diámetro o algo menos, un tamaño grande pero habitual en escudos de caballería, que en época
romana republicana (y al contrario de lo que ocurrirá en época imperial), son de forma circular,
en una tradición de tipo mediterráneo. Asumiendo esa escala curiosamente el escudo de Las
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Atalayuelas mediría exactamente 29,6x2,5=74 cm, dos pies y medio romanos (asumiendo el
pie medio aceptado de 29,6 cm, OCD3rd. s.v. measures).
Además de su tamaño, los rasgos más característicos de este tipo de escudo circular son:
supericie plana o muy ligeramente convexa desde el exterior (Fig. 1); ausencia de reborde exterior; y sobre todo un gran umbo central plano rodeado por un rehundimiento muy evidente,
formando un ónfalo u ‘ombligo’ (Figs. 3 y 13).
El escudo representado en Las Atalayuelas es una parma equestris (Polito, 1998: 40), el
tipo más característico de escudo asociado a jinetes romanos de la República entre los siglos
III y I a. C. Se recoge ya como tal en los grandes estudios clásicos sobre armas romanas
(Couissin, 1926: 142-144).2 Aparece en relieves narrativos, pero también en frisos decorativos
escultóricos en dos versiones distintas (Polito, 1998: 40): sencilla y decorada con una lor
cuadrifolia; esta última, más alejada, no nos interesará aquí. Esta parma no debe ni puede ser
confundida con el aspis/clipeus de tipo hoplita, mayor, embrazado, sin umbo y con reborde,
que solo ocasionalmente aparece portado por jinetes. Tampoco con el escudo circular con
spina asociado también a la caballería, emparentado con el scutum oval (Typ B de Eichberg,
1987) y que se documenta ya en el relieve de Emilio Paulo en Delfos.
No sabemos cómo denominaron los romanos este tipo de escudo, probablemente parma
equestris (Livio 2.20.10; 26.4.4). La historiografía moderna ha usado a menudo el término popanum, un tipo de pan circular (Kavanagh, 2015: 331 y 405; Sekunda, 1996: 19-20). La razón
de la relación con el pan deriva de un texto griego de Polibio:
Los jinetes romanos usaban también antes unos escudos [thureoi!]3 confeccionados con
piel de toro [θυρεὸνεἶχον ἐκ βοείου δέρματος], muy semejantes a las tortas con ónfalo central
[τοῖς ὀμφαλωτοῖς ποπάνοις παραπλήσιον] que se ofrecen en los sacriicios. Pero estos escudos
eran casi inservibles en caso de ataque, porque no tenían ninguna solidez; cuando las lluvias
han enmohecido la piel y ésta se destroza, pierden la poca utilidad que antes tenían. Por eso...
los jinetes romanos adoptaron muy pronto el equipo griego, son escudos con los que se puede
contar... (Polibio 6, 25,7-10, trad. M. Balasch, BCG modiicada).
La asociación casi visual al popanum (término latino heredado del griego) alude a algo que
cualquiera podría visualizar, tanto en el ámbito griego como en el romano, siendo el ónfalo el
elemento crítico del pan (Grandjouan, 1989: 64 ss.). En todo caso, aunque Polibio menciona la
sustitución del viejo modelo de escudo romano (supuestamente inútil en tiempo lluvioso) por
un modelo más sólido de origen griego, no precisa las diferencias formales, ni el momento del
cambio. La idea de Sekunda (1996: 21) de que el popanum sería el modelo antiguo desplazado
por el escudo con spina y umbo metálico, asociado normalmente al mundo galo más que al
griego, no deja de ser una suposición; Polito (1998: 39-40) sostiene justo el proceso contrario.4
Da la sensación más bien de que Polibio recoge una tradición muy antigua, en la que escudos
de tradición arcaica en piel fueron sustituidos ‘muy pronto’ por escudos de tipo griego, no
tanto por la forma del ónfalo o umbo sino por la solidez. En todo caso, los escudos romanos
2 Aunque Couissin creía que este escudo (que el concebía como de bronce) solo estuvo en uso hasta el s. IV, siendo
desplazado por un escudo de caballería oval, al que supuestamente se referiría Polibio (Couissin, 1926: 143 y 248 ss.).
Hoy esta lectura no se admite.
3 Da que pensar que incluso un soldado experimentado como Polibio use aquí el término thureos, normalmente reservado para el escudo oval en forma de ‘puerta’ y no para el circular, cuando podía haber empleado cyrtia u otro término.
Posiblemente aquí Polibio quiere indicar que se trata de un escudo ‘grande’. Asclepiodoto (1.3) usa también thureos en un
sentido genérico.
4 Su tipo A.4. el popanum circular con gran umbo plano central ‘pateriforme’, desplazaría según él al tipo A.3. (circular con spina y umbo) desde el s. I a. C.
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LAS ARMAS Y EL CONTEXTO DEL GUERRERO DE “LAS ATALAYUELAS” (JAÉN)
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republicanos de caballería son mal conocidos, hasta el punto de no ser siquiera mencionados
en monografías muy recientes sobre el escudo romano (Travis y Travis, 2014).
Sin pretender ni mucho menos desarrollar un catálogo exhaustivo, pero con el objeto de
tratar de ainar el empleo, cronología y adscripción cultural del tipo, examinaremos los paralelos más cercanos formalmente al escudo de Las Atalayuelas.
1.- Relieve del jinete del Lacus Curtius (Roma) (Fig. 21). Hallado en 1552-1553 en el
Foro, entre la Columna de Focas y el Templo de Cástor y Polux (usualmente abreviado en la
antigüedad como de Cástor, o de los Castores, cf. Strong y Ward Perkins, 1962: 1). Hoy en
los Museos Capitolinos-Tabularium (inv. S826). Es una lastra de 156x106 cm. en mármol
pentélico. Muestra un jinete a la izquierda, con casco y armadura de tipo helenístico, y lanza
empuñada, arrojándose o entrando en un lago o pantano, el Lacus Curtius del Foro (Jones,
2001). En el brazo izquierdo lleva, en postura forzada adelantada para dejar visible el torso,
un escudo circular de tamaño mediano/grande, de quizá entre dos y tres pies (c. 60-90 cm) en
la realidad, con un ónfalo central decorado con una cabeza frontal, quizá un Gorgoneion. El
motivo es reproducido en miniatura en otros soportes, por ejemplo lucernas de disco (Hafner,
1978: Abb. 17-18)
Figura 21. Relieve del Lacus Curtius (Foro de Roma). Museos Capitolinos, Roma. (Foto Wikimedia
Commons).
Hay varias teorías sobre el signiicado de este relieve, colocado en el centro del Foro republicano (Platner, 1929: 310-11). Probablemente representa al mítico héroe Marco Curcio que
en una época antigua de la historia de Roma —quizá en el s. IV a. C.— se arrojó a una grieta
aparecida en el valle del Foro, para así cumplir la exigencia de una profecía que exigía, para
su cierre, el sacriicio de lo más apreciado por Roma (hay numerosas fuentes para esta versión,
por ejemplo, Livio 7,6; Plinio 15,78). Otra leyenda alternativa atribuía el nombre del Lacus
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Curtius a un sabino, Metio Curtio, quien atravesó el pantano tratando de huir de los romanos
(Livio 1, 12, 9, etc.; Jones, 2001: 34). En época de Augusto la laguna se había secado ya, y
quizá bastante antes (Ovidio, Fasti 6, 403-4). El relieve hoy conservado fue reutilizado a ines
del s. I a. C., luego debe ser algo anterior (Hafner, 1978), y es incluso posible que copiara otro
aún más antiguo, del s. II a. C. o poco antes (Platner, 1929: 310-11; Kavanagh, 2015: 331-332).
Giuliani (1996) y Giuliani y Verduchi (1987: 113) consideran que el relieve propiamente dicho
ha de ser posterior al año 12 a. C., pero si es así, su modelo iconográico es en todo caso muy
anterior. En su versión original es quizá el relieve más antiguo y más signiicativo de este tipo
de escudo asociado a la caballería.
2.- Relieve en piedra de combate de jinetes de Hever Castle (Inglaterra) (Fig. 22). El friso
principal muestra un combate de caballería entre dos jinetes romanos a la derecha y tres bárbaros —posiblemente galos o germanos por sus cabellos largos y espadas rectas— a la izquierda,
uno de ellos ya caído. Los dos jinetes romanos llevan grandes escudos circulares con ónfalo
central, casco metálico y lanzas. Procede de la tumba de un noble romano, de la zona de la
Vía Latina en Roma. El conjunto imita, petriicada, una sella curulis. Se fecha en el s. I a. C.
(Junkelmann, 1991: 34, Abb. 17)
Figura 22. Relieve de una tumba de la Via Latina (Roma). Hever Castle, Kent, Inglaterra.
(Según Junkelmann, 1991).
3.- Jinete en caliza, bulto redondo (Figs. 18a y b). Hallado al excavar los cimientos en una
casa de Córdoba, contigua al Palacio de Torres Cabrera, donde ahora se conserva procedente
de la antigua Colección Romero de Torres. El fragmento mide 120 por 73 cm. El escudo tiene
un diámetro aproximado de 66,5 cm, dato relevante para una pieza algo menor del natural, que
implicaría un tamaño real próximo a los tres pies (c. 90 cm). En los años cuarenta se apreciaban restos de pintura roja sobre la silla, hoy perdidos. Es poco conocido, y ha sido considerado
obra propia de la Cultura Ibérica (Chapa, 1980: 547-549 y 1986: ig. 31.1).
Como estamos viendo, sin embargo, el lugar de aparición es consistente con un contexto
romano. El escudo es característico de la caballería romana tardo-republicana. No lleva silla
de montar de ‘cuernos’ propia de la caballería romana desde el s. I a. C. (Quesada, 2005: 135
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ss.), pero el ephippion con doble manta y pretal perdura en representaciones incluso en época
imperial, por lo que su presencia solo es un leve indicio cronológico de cierta antigüedad. En
conjunto, la labra y elementos visibles nos llevan a pensar en una datación de época ‘iberorromana’ entre los siglos II-I a. C. Aunque el estudio de Chapa (1980: 858-859) no precisa, su
inclinación hacia una fecha tardía coincidente con la de los relieves de Osuna y el jinete de La
Rambla es evidente.
4.- De Lacipo (Casares, Málaga) procede —ya lo hemos mencionado— un bloque de
relieve arquitectónico en caliza con un jinete a la izquierda que porta un gran escudo circular
(Rodríguez Oliva, 2001-2002: 314-15 y 2003: 323 ss.; Noguera y Rodríguez Oliva, 2008: 397
ss.). Está muy erosionado y en mal estado, pero se aprecian varios rasgos de interés: del jinete
falta la cabeza, y el resto del cuerpo está cubierto por el escudo; solo se aprecia la traza de un
manto militar sobre el pecho. Como posiblemente ocurriera en el caso de Las Atalayuelas,
parte de la escultura está en relieve, y parte, incluyendo la cabeza y patas delanteras del caballo, estaban talladas en bulto redondo. Pero lo más signiicativo es que el gran escudo circular,
muy erosionado, tiene el mismo tipo de umbo que el ejemplar de Las Atalayuelas, poco o nada
visible en las fotos con mala luz (por ejemplo, Rodríguez Oliva, 2001-2002: Lámina 13), pero
perfectamente visible en las fotos con luz rasante (ibidem Lám. 14) (Fig. 19). Rodríguez Oliva
(2001-2002: 315) lo identiica con la esquina de un monumento funerario turriforme, indicando la presencia de otros elementos escultóricos de la misma procedencia que representan
carneros, así como una posible plañidera o dama oferente, hoy en el Museo de Cádiz.
5.- En la Hispania de los siglos III a. C. hay una serie de emisiones monetales, desde el
Sureste a la Turdetania Occidental, que creemos tratan de mostrar en sus reversos a jinetes
que llevan este tipo de escudo, dentro de las limitaciones de un campo diminuto. Es el caso
por ejemplo de denarios y ases de Ikale(n)sken (Villaronga 1994: 324 ss.) y bronces de Ituci
o Carisa en la Turdetania (Fig. 23). Volveremos sobre ello al inal de este trabajo (Quesada y
García Bellido, 1995; Noguera y Rodríguez Oliva, 2008: 401).
Figura 23. Izquierda: Bronce de Ituci (Sevilla, CNH 3). Derecha: reverso de denario de
Ikale(n)sken (Cuenca), CNH 1. Ambos s. II a. C.
Otra serie de representaciones muestran el escudo no empuñado por un combatiente, sino
aislado, formando parte de frisos en monumentos funerarios, de estandartes u otros elementos:
6.- Metopa del friso dórico en caliza del monumento honoríico a Sexto Apuleyo (cos.
29 a. C., época tardo-republicana/augustea) en Isernia (Italia Central) (Sekunda, 1996: ig. p.
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43) Escudo circular con el gran umbo decorado con una cabeza de león frontal en relieve. Se
asocia en otras metopas a escudos hexagonales ya de época imperial temprana (Stephenson y
Dixon, 2003: 33 ss.).
7.- Metopa del friso dórico del monumento de Lucio Munacio Planco en Gaeta (Italia). En
torno al 22 a. C. De las 120 metopas originales se conservan 108, alguna de las cuales muestra
este escudo (D’Amato y Sumner, 2009: ig. 11), y otras, escudos de diverso tipo, alguno de
fantasía (Kavanagh, 2015: 405).
8.- Metopa de friso dórico en Módena (Museo Lapidario Estense). Popanum sobre dos
jabalinas cruzadas (Polito, 1998: 158 y ig. 91). Entre ines del s. I a. C. y principios del I d. C.
9.- Friso corrido jónico de la porta urbica de Langres, Haute Marne (Polito, 1998: p. 154
y ig. 88). Varios escudos de tipo popanum acompañados de otros ovales y hexagonales. Fechable en el s. I d. C.
10.- Relieve funerario romano procedente de Tesalónica, periodo augusteo. El difunto aparece de pie, pero su condición de jinete y/o caballero queda atestiguada por el relieve de una
cabeza de caballo que aparece en la esquina superior derecha, y la igura de un sirviente (o un
hijo) que sostiene un escudo del tipo que venimos analizando (Sekunda, 1996: ig. p. 19=IG
X,2,1,378).
11.- Relieve pétreo con la representación de un estandarte (signum) romano del Monumento de San Guglielmo al Goleto. Entre los objetos representados, un escudo circular del tipo
analizado. S. I d. C., época tiberiana o posterior (Kavanagh, 2015 Catálogo S29, 9. 332, ig.
85). Como indica Kavanagh (2015: 332) este tipo de escudo era ya obsoleto en el momento en
que este monumento fue tallado,
…de lo que debemos deducir que, o bien el estandarte de la unidad militar recibió la condecoración en un momento lejano del pasado o, más probablemente, el elemento o motivo del
escudo mostraba una forma deliberadamente arcaica, una forma de escudo que quedó fosilizada
en la miniatura que colocaban sobre el escudo.
12.- En ocasiones se ha pensado que las fáleras mesomphalas de los estandartes romanos
pudieran haber representado escudos miniaturizados de este tipo, pero los estudios más recientes no lo consideran probable, y con razón (Kavanagh, 2015: 405).
Es cierto que en contexto cultural púnico aparecen ocasionalmente escudos circulares de
gran umbo central, supericialmente similares al llamado popanum romano. Es el caso de
algunas estelas epigráicas de El-Hofra (Constantina, Argelia), fechadas en los siglos II-I a.
C., Berthier y Charlier, 1955: lám. XVIII A-D), en el que sin embargo el umbo central carece
de la acanaladura perimetral característica de Las Atalayuelas y de los ejemplos que hemos
venido citando. Es también el caso de un relieve de terracota procedente de Cartago y fechado
entre los siglos IV-II a. C. (Astruc, 1959: Pl. IV.1; Kavanagh, 2015: 332 n. 206). Es por otro
lado discutible si el escudo en relieve de una estela funeraria púnica de Volubilis (Marruecos),
fechable en un momento avanzado del s. II a. C., en la que junto a la inscripción aparece una
lanza y un escudo circular con un gran umbo central, pero totalmente rehundido (Fig. 24) debe
considerarse como perteneciente a este modelo o a un tipo genérico de clípeo mediterráneo. En
la estela númida de Abizar (Argelia), aparece también incisa una tosca igura de jinete armado
con haz de jabalinas que porta un escudo, en este caso muy pequeño, en el que se ha señalado un
gran umbo central plano (Horn y Ruger, 1979: 581; Quesada y García-Bellido, 1995: ig. 4).
En conjunto, contando con paralelos relativamente abundantes pero muy precisos y cercanos en el mundo romano, parece poco razonable acercarse a paralelos escasos e imprecisos
del mundo púnico, que además por su datación tardía pueden incluso considerarse no modelos
tradicionales sino copias del tipo romano.
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Figura 24. Estela de Volubilis (Marruecos). (Foto Wikimedia Commons).
La mayoría de los ejemplos de representaciones de este modelo de escudo proceden pues
de época romana republicana avanzada, en torno al s. II a. C., con perduraciones quizá arcaizantes hasta ines del s. I a. C. o incluso comienzos del I d. C. en algunos frisos de armas,
sobre todo orientales, caso de Éfeso (Polito, 1998: 214 ss.). Cabría incluso detectar alguna
perduración ulterior, c. 70 d. C., al menos en los tradicionalistas juegos gladiatorios, si tenemos en cuenta el hoy perdido relieve de estuco de la llamada tumba de Umbricio Escauro. Se
trata de un relieve de estuco pintado, perdido casi totalmente ya en 1815 por una helada, tumba
situada en la proximidad de la puerta de Herculano, en Pompeya (Cooley y Cooley, 2013: 7778, D36b) desecha la atribución pero manteniendo una fecha de c. 70 d. C. ). En el extremo
izquierdo del friso principal aparecen dos equites combatiendo con lanzas y portando dos escudos circulares medianos con amplio umbo central (Mazois, 1824: pl. XXXII; reproducción
del detalle en Battaglia y Ventura, 2010: Tav. XVI.2). El de la izquierda (Bebryx) sostiene una
parma una decoración incisa y gran umbo rehundido, y el de la derecha (Nobilior) porta otro,
con una orla de laurel, que pueden bien considerarse parmae equestres del tipo que venimos
catalogando.
LA ‘COTA DE MALLA’ O LORICA HAMATA
El otro elemento característico e indudable que porta el jinete de Las Atalayuelas es una
cota de anillos de metal engarzados entre sí formando una tupida malla, lo que los investigadores modernos (probablemente no los romanos) llamamos lorica hamata, y en español suele
llamarse ‘cota de malla’, a partir de la terminología medieval.
Los elementos que la caracterizan son indudables: el escultor ha labrado el patrón de la
malla tal y como se ve a cierta distancia con técnica y habilidad notables (Fig. 1), actuando
mediante una serie de golpes sutiles de cincel en diagonal y escalonados (Fig. 11) que, sin
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dibujar una sola anilla circular, crean un patrón inconfundible. En este sentido, la labra es muy
superior en su técnica, inura y sobre todo respecto a la del relieve de Estepa (Figs. 25 y 26),
único referente hasta ahora de cota de malla en iconografía peninsular de este periodo.
En efecto esta pieza, que muestra dos infantes pesadamente armados, es fechable a nuestro
juicio —y el de la casi totalidad de los investigadores— en el s. I a. C., y es considerado con
razón obra de tema romano por un escultor ibérico (Balil, 1989; Noguera, 2003: 190-191; Noguera y Rodríguez Oliva, 2008; López García, 2009). La cota de malla de anillos enlazados del
infante de la izquierda se sugiere mediante un damero o ajedrezado profundo de cortes de cincel, bastos, por completo diferentes al caso de Las Atalayuelas. En conjunto, este relieve arquitectónico es más basto, y las armas representadas probablemente más tardías (véase al respecto
en último lugar la síntesis de López García, 2009).5 Creemos además signiicativo, dado lo que
sabemos sobre el elevado coste de las cotas de malla (Polibio 6,23,15; Diodoro 5,30; Estrabón
3,3,6), que en este relieve de legionarios bien armados, incluso con grebas (cuya importancia
resaltaba con acierto Balil, 1989: 224-225) solo el de la izquierda lleve cota de malla. No así
el de la derecha, cuyo pecho queda cubierto por el escudo, y que no parece llevar las correas
propias de un pectoral metálico (Fig. 23) ni peto de cuero (contra Balil, 1989: 225).
Figura 25. Relieve arquitectónico de Estepa (Museo Arqueológico de Sevilla). (Foto F. Quesada).
Figura 26. Detalle de la labra de la lorica hamata
del infante izquierdo del relieve de Estepa. (Museo Arqueológico de Sevilla). (Foto F. Quesada).
5 Sobre el relieve de Estepa conviene recordar que no procede de Osuna como indicó erróneamente Robinson
(1975: 164, ig. 175) y, siguiéndole, otros autores como en último lugar y perpetuando el error, D’Amato y Sumner
(2009: 18-19).
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También es efectista pero tosca la talla del fragmento de cota de malla indicada mediante
incisiones rectangulares de una escena muy dañada, también procedente de Estepa, en el que
lo que parece un gladiador armado ‘a la militar’ (cosa habitual en el munus más antiguo, cf.
Coulston, 1998) parece luchar con un felino que se ha interpretado como de tipo gladiatorio,
una venatio (Noguera, 2003: 174-175 y ig. 25; Noguera y Rodríguez Oliva, 2008: 415, ig.
22; López García, 2009: 171; Beltrán, 2009: 39, ig. 19), aunque Balil, probablemente inluido
por la temática del altar de Domicio Ahenobarbo, pensara en una suovetaurtilia, en concreto
el sacriicio de un cerdo (Balil, 1989: 226-227).
El que no aparezcan cotas de malla en ninguno de los sucesivos conjuntos de relieves de
Osuna, fechables a nuestro modo de ver entre ines del s. III y mediados del I a. C., no debe
llamar la atención, pues durante la mayor parte de este periodo —hasta principios del s. I a.
C.— la malla era todavía una rareza en el ejército romano (Polibio 6,23,15 lo airma explícitamente), y además las iguras representadas son en conjunto auxilia o aliados hispanos (León
Alonso, 1981; Rouillard, 1997: 29-44; Noguera, 2003: passim; Noguera y Rodríguez Oliva,
2008; López García, 2009).
Dada la escasez o práctica ausencia de buenas representaciones de cota de malla en Hispania, podemos acudir a otras regiones, donde en un periodo similar a la de los conjuntos iberorromanos (entre muy ines del s. III a. C. y principios de época augustea) se representan cotas
de este tipo en algunas ocasiones. Uno de los ejemplos más antiguos (probablemente el más
antiguo) es el friso de pequeñas iguras (la altura es de solo 30 cm) de la base del monumento
erigido (y parcialmente reutilizado) por Emilio Paulo en Delfos (en cuyo Museo se conserva) para conmemorar su victoria sobre los
macedonios en la batalla de Pidna en 168 a.
C.) (Taylor, 2014). En este caso, los detalles
de las anillas debían aparecer pintados, dado
el pequeño tamaño de las iguras (Fig. 17),
aunque cuatro rasgos característicos son bien
visibles: las hombreras, el cinturón que ayuda
a descargar peso de los hombros, la abertura
lateral en el caso de los jinetes (idéntica a la
del guerrero de Las Atalayuelas, Fig. 11) y la
túnica que sobresale por debajo y que amortiguaría el roce además de evitar el contacto
del metal con la piel, también como en Las
Atalayuelas (Fig. 10).
Varias décadas posterior es el llamado
‘Altar de Domicio Ahenobarbo’ repartido
entre el Louvre y la Gliptoteca de Munich,
y fechado habitualmente en torno al inal del
s. II a. C. (Coarelli, 1968: 338 ss.). Aquí nos
interesa el friso del Louvre, mucho mayor
que el de Delfos, ya que las iguras alcanzan los 75 cm de altura y por tanto contienen
un detalle mayor. La escena, que muestra un
censo, incluye de izquierda a derecha el reFigura 27. Detalle del friso del censo del llamagistro de los ciudadanos, una suovetaurilia y
do ‘Altar de Domitio Ahnenobarbo’ (Museo del
la leva. Hay varias iguras armadas en ambos
Louvre). (Foto F. Quesada).
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extremos del relieve narrativo, todas ellas con cota de malla salvo un alto oicial en el centro.
Aparecen dos infantes a la izquierda (de frente y desde el costado izquierdo, Fig. 25), y a la
derecha otros dos infantes de frente y un jinete de espaldas. En conjunto, la cota presenta una
abertura rectangular para el cuello, hombreras, cinturón con rebordes, y túnica debajo, todo
ello como en el guerrero de Las Atalayuelas. En las iguras mejor conservadas (Fig. 27) se
aprecia que la técnica de labra es distinta a todas las anteriores; la malla de anillos se sugiere
mediante una serie de pequeñas incisiones horizontales ondulantes ordenadas en bandas verticales más o menos paralelas. El efecto es correcto a poca distancia, pero más basto que en la
igura de Las Atalayuelas.
En la Galia Narbonense contamos con dos ejemplos espléndidos de representaciones de
nobles galos romanizados armados. El de Mondragón (Vaucluse), de muy inales del s. II a. C.
(Girard, 2013 con referencias anteriores) lleva las armas y vestimenta de un noble galo,
sin armadura. Pero la estatua de Vachères
(Alpes-de-Haute-Provence, Museo Calvet
de Avignon) lleva una cota de malla (Pernet
y Rouzeau, 2013 en último lugar) (Fig. 28).
Se interpreta habitualmente como la imagen
de un aristócrata galo al servicio de Roma.
Se data en época cesariana o augustea temprana, entre el 50-30 a. C. por la fíbula que
porta sobre el hombro derecho para sujetar a
la romana un sagum. Su armadura con hombreras de tipo helenístico apunta a una pieza
itálica mejor que a las cotas con esclavina
apuntada de tipo galo como la del torso 10
de Entremont (Py, 2011: 135) de la segunda
mitad del s. III a. C. o algo antes.6 La labra
de la cota se parece mucho a la del Altar de
Ahenobarbo, aunque más cuidada: una serie
de curvas pendientes formando franjas verticales que imitan bien las hileras sucesivas de
anillos engarzados. Pero de nuevo su técnica
nada tiene que ver con la de Las AtalayueFigura 28. Guerrero galo-romano de Vachères
las. No entraremos aquí en los relieves del
(Museo Calvet, Avignon). (Foto F. Quesada).
monumento de los Julios de Glanum (Gateau
y Gazenbeek, 1999: 276-285) y del arco de
Orange (Amy et al., 1962) por su escaso detalle, erosión, su helenistización y su fecha próxima
al cambio de Era.
Finalmente, nuestro repaso por las técnicas de representación de cota de malla en esculturas del Mediterráneo nos lleva a los frisos de armas galas capturadas de Pérgamo y hoy conservados en el Pergamon Museum de Berlin. Estos frisos no pertenecen al celebérrimo altar,
6 Los torsos con cota de malla de Entremont, con broches de ijación similares a los de la cota original del s. III a.
C. de Ciumesti (Rumanía) suelen indicar la malla metálica con una trama de puntos, trama distinta a las que hemos visto
(Py, 2011: 130). A veces no llevan dicho patrón, y quedan en liso, lo que ha llevado a algunos autores a pensar en una
protección de cuero (Py, 2011: 132-133). Por otro lado, hay muchos que piensan que las estatuas de Entremont con cota
podrían datarse entre ines del s. IV y primera mitad del s. III a. C., en lugar de avanzada esta centuria (e. g. Py, 2011: 164;
Girard y Olmer, 2013: 164) lo que nos parece improbable dadas las fechas conocidas para las cotas de malla reales.
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sino a una balaustrada próxima al santuario de Atenea en la Acrópolis (Droysen, 1885: Pl. 44;
Polito, 1998: 91 ss.), cerca eso sí del Altar, y fechados igualmente en torno al 183 a. C., poco
antes que el relieve de Emilio Paulo en Delfos. Entre ellos aparece claramente representada
una cota de malla de hombreras rectas, solo hipotéticamente atribuible a los atacantes gálatas,
ya que el amontonamiento ornamental contiene armas de toda procedencia y origen (Fig. 29)
dentro de una tradición anticuaria más que etnográica (cf. también Polito, 1998: 93-94). Como
escultura helenística del máximo nivel técnico, su detalle y idelidad están muy por encima de
cualquier otra representación de cota de malla del s. II-I a. C. en Italia, Galia o Iberia. Las anillas engarzadas están cuidadosamente representadas, al igual que las hombreras rectangulares
sencillas y el broche de sujeción del que más adelante hablaremos.
Figura 29. Detalle de uno de los frisos de congeries armorum del santuario de Atenea (Pérgamo). Pergamom Museum (Berlín). (Foto F. Quesada).
En consecuencia, la técnica de labra empleada en el guerrero de Las Atalayuelas es diferente y superior en inura y habilidad técnica, y comparable, en efecto, a los relieves o esculturas romanas o periféricas al mundo romano (incluyendo Galia e Hispania). Puede a nuestro
juicio considerarse una producción ibérica local, similar en el cuidado de su ejecución y atención a los detalles a los mejores relieves de Osuna, y muy superior a los de Estepa.
En cuanto a los detalles tipológicos de la cota del guerrero de Las Atalayuelas, ya hemos
ido hablando de algunos al hilo de nuestro discurso. La cota carece de mangas; el cuello tiene
una apertura rectangular en la espalda (Fig. 1) idéntica a las de los legionarios del altar de
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Ahenobarbo; porta hombreras y no esclavina, el modelo propio del mundo romano —aunque
también es frecuente en el galo (Feugère, 1993: 127; Viand, 2008)—. La armadura tiene una
longitud limitada hasta la parte alta del muslo, similar a la de los relieves de Ahenobarbo,
Emilio Paulo, Vachères y algo más corta quizá que en el caso de Estepa. Cuenta con aperturas
laterales triangulares en la base para facilitar la monta (Fig. 11), como en los relieves de Delfos
(Fig. 17). Lleva un cinturón ancho con rebordes (Fig. 4), similar al de estos ejemplos, cinto que
servía no tanto para sujetar la espada (ese es el sistema galo, no el romano de portar la espada)
sino para descargar el peso ejercido sobre los hombros y ceñir la armadura (reconocido desde
Robinson, 1975: 164).
Junto con estos elementos, ya comentados, debemos resaltar uno más de cierta trascendencia. La zona del pecho no estaba diseñada para ser vista con detalle (de hecho la parte derecha
de los hombros apenas está esbozada, a diferencia del hombro izquierdo como tampoco la cota
por el pecho) (Fig. 6), lo que —como hemos indicado ya— es un criterio relevante de cara a
la deinición de la escultura como un altorrelieve arquitectónico monumental de esquina. Es
quizá por esto por lo que el broche que une las dos hombreras entre sí y las sujeta al pecho
apenas está esbozado y aparece colocado de manera forzada (Fig. 12), pese a ser un elemento
fundamental para la integridad en combate de la armadura. Este elemento de sujeción es imprescindible, y adopta diversas formas, desde una serie de discos enlazados como en la coraza
original de Ciumesti (s. III a. C.) o de Cugir (s. Ia C.-I d. C.) (D’Amato y Sumner, 2009: ig.
12), o las esculpidas de Entremont (Py, 2011: 130-132); una placa rectangular con remaches
de unión a los anillos como en el citado relieve de Pérgamo; o una pieza articulada ondulada
o ‘liriforme’ doble con remates zoomorfos estilizados, antiguos pero populares ya en torno al
cambio de Era (Robinson, 1975: Pl. 480; Appels y Laycock, 2007: 61-62; resumen en Viand,
2008: igs. 8 y 9; Bishop y Coulston, 2006: ig. 51). El engarce de Las Atalayuelas no solo
aparece en una posición forzada, sino que es tosco en su labra, aunque en su extremo se enrolla para sujetar lo que debe entenderse como remache de cabeza semiesférica de sujeción a la
cota propiamente dicha. Por su gran tamaño y el paralelo más cercano es el del guerrero galoromano de Vachères (Fig. 28), solo parcialmente visible bajo el manto.
Para ayudarnos en la clasiicación cultural de la cota de malla del guerrero de Las Atalayuelas es ahora necesario tratar de ainar sobre su origen, tanto en el espacio como en el
tiempo. Luego habremos de discutir si la cota de malla puede considerarse un arma propia de
los iberos en el marco cronológico propio de dicho tipo de arma.
Hay consenso entre la investigación especializada en que la cota de malla de anillas de
hierro enlazadas es una invención del ámbito céltico. Los propios romanos así lo creían: uno
de los más antiguos lexicógrafos latinos, Varrón, airma su origen galo (De Lingua Latina
4,24(116)7. Diodoro Sículo (5,30) creía que era un arma propia de los galos, aunque no de todos. Los romanos pudieron denominarla ‘gallica’ (Varron 4,24 (116); ‘graves catenas lorica’
(Lucano, Fars. 7, 498-9), aunque la denominación que ha hecho fortuna hoy es un término
que en realidad es moderno, lorica hamata, armadura de ganchos o por extensión de ganchos
doblados en forma de anillo (loricam consertam hamis, Verg. Aen. 3, 467).8
7 «Lorica, quod e loris de corio crudo pectoralia faciebant. Postea subcidit gallli(ca) e ferro sub id vocabulum,
ex anulis ferrea tunica». Esto es, la coraza se llamó originariamente lorica por estar hecha con tiras de cuero, pero más
adelante se incluyó bajo este nombre la lorica gallica (gala), una túnica de hierro hecha con anillos. De acuerdo con esta
deinición (con independencia de su dudosa etimología), en época de Varron (vixit 116-27 a. C.), por tanto en época cesariana, la cota de malla sería llamada a menudo ‘gala’.
8 Como también es moderno lorica segmentata (de placas), aunque no la lorica squamata o de escamas y la plumata.
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LAS ARMAS Y EL CONTEXTO DEL GUERRERO DE “LAS ATALAYUELAS” (JAÉN)
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Algunos autores modernos han propuesto un origen oriental, pero no hay prueba de ello
(Polito, 1998: 48; contra Robinson, 1974: 164), y la conexión escítica tiende a ser desechada
hoy (Hansen, 2003: 57 muestra que, o son cotas de malla del s. I a. C., o las consideradas antiguas no son cotas de anillas).
La datación de las primeras cotas de anillos, y sobre todo la de su introducción en el mundo
mediterráneo, es decisiva para proporcionar un terminus post quem para la escultura de Las
Atalayuelas.
La datación más antigua conocida para restos originales de cotas de malla, las del depósito
de Hortjspring en Dinamarca, es de la segunda mitad del s. IV a. C., (Randsborg, 1995: 26 ss.
para las cotas y p. 197 para la datación). Tradicionalmente se ha tenido por la más antigua,
ahora desplazada, la cota de Ciumesti (Rumanía) de ines del s. IV o principios del III a. C.
Como muestra la tabla recientemente compilada por Viand (2008: 41, ig. 7), a partir de ines
del s. IV o primera mitad del s. III a. C. hay ejemplares en Horny-Jatov (Eslovaquial), Vasujina
Gora (Rusia) y algo después en Tiefenau (Suiza), Aubganan (Landas), Kirkburn (Yorkshire),
etc. Solo desde avanzado el s. III a. C., las cotas comienzan a aparecer en contextos galos,
mientras que para el ámbito romano tenemos que recurrir a la iconografía que, como hemos
visto, da fechas desde c. 180 a. C. en adelante. Al parecer en la tumba de la familia de los
Escipiones en Roma se hallaron en el s. XIX unos fragmentos de cota empleados como base
para una reconstrucción (Liberati, 1997: 29 y ig.17), pero su fecha es por completo incierta,
pudiendo abarcar desde el s. III a. C. en adelante. Todavía hacia 218 a. C. la cota debía ser en
Roma un arma costosa y poco frecuente a tenor de lo que indica Polibio sobre su empleo solo
por los legionarios más pudientes (Polibio 6,23,15).
Solo a partir de la profesionalización en época de Mario, muy a ines del s. II a. C., parece
haberse convertido en la armadura estándar de todos los legionarios ahora armados de manera
uniforme (Feugère, 1996: 118; Poux, 2008: 348), pero también de los nobles galos (Diodoro
5,30). De época cesariana tardía o augustea temprana (ines del s. I a. C.) en adelante se conocen ya bastantes fragmentos originales procedentes de diversos yacimientos romanos de la
Galia o del limes septentrional, pero no nos compete aquí su análisis (en general, Bishop y
Coulston, 2006: 95; véase Robinson, 1975: 172, Pls. 481-483; Feugère y Bonnamour, 1996:
140; Feugère, 1996: 119; Gorgues y Schönfelder, 2008: 254-256, y un largo etcétera).9 También estudios recientes demuestran la fabricación de cotas de malla en el barbaricum germano,
empleando técnicas de tradición romana en época imperial (Wijnhoven, 2015a: 79 ss.; véase
también Hansen, 1982: 34 ss.)
Un problema importante es que resulta difícil clasiicar como ‘galos’ o como ‘romanos’ los
escasos fragmentos reales de cota conocidos y datables en el s. I a. C. Como ocurre en la discusión reciente que plantea Viand (2008: 45-46) a partir del fragmento de cota de Vernon, solo
los patrones de cierre de la anillas (de a cuatro o de a seis, con o sin remache) y solo en casos
aislados el modelo de broche de ijación de las hombreras (Viand, 2008: 42-44 y ig.12; véase
9 Véase además en línea numerosos hilos especíicos en Roman Army Talk http: //www.romanarmytalk.com particularmente ‘Pre-roman mail studies’ en http: //www.romanarmytalk.com/rat/thread-14185.html ; ‘butted vs riveted’ en
http: //www.romanarmytalk.com/rat/thread-9463.html ; ‘Celtic mail armour When?, en http: //www.romanarmytalk.com/
rat/printthread.php?tid=14845&page=2 ; hamata vs. Segmentata, http: //homepage.ntlworld.com/trevor.barker/farisles/
guilds/armour/mail.htm ; 2mail during the Empire’, http: //www.romanarmytalk.com/rat/thread-1118.html ; y Arbeia mail
shirt en http: //www.romanarmytalk.com/rat/printthread.php?tid=17412;
Fotos en http: //phdiva.blogspot.com.es/2011/08/roman-chain-mail.html ; también D. Howard, 2010 https:
//myarmoury.com/feature_mail.html ; https: //myarmoury.com/talk/viewtopic.php?t=29331 (última visita para estas
páginas, 7 Abril 2016).
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FERNANDO QUESADA SANZ y CARMEN RUEDA GALÁN
Sim, 1997; Travis y Travis, 2011: 75-8 sobre la técnica de construcción10) pueden a veces indicar el lugar original de fabricación o, mejor aún, la tradición tecnológica, pero no el usuario
inal de la armadura, problema en el que por otro lado ya hemos insistido repetidamente para
otros tipos de armas (cf. Quesada, 2006 y 2007).
En resumen, pues, aunque en el norte de Europa (Hjortspring) y Europa del Este (Ciumesti, Horny Jatov y otros) la lorica hamata se documenta en el s. IV a. C., en la Galia y en Italia
no parece haberse introducido antes de mediados/ines del s. III a. C. Incluso Poux (2008: 348349) llama la atención sobre el hecho de que, iconografía aparte, los restos reales de cotas en
la Galia no suelen ser anteriores a la conquista romana de mediados del s. I a. C.11 En escultura
romana la lorica hamata aparece también solo desde el s. II a. C. Es importante resaltar el
consenso generalizado de la investigación en este asunto, e. g. Robinson, 1975: 164; Williams,
1980: 105; Feugère, 1993: 127 y 1996: 118; Rapin, 1999: 54-55; Hansen, 2003: 56; Bishop y
Coulston, 2006: 63; Viand, 2008: passim; Poux, 2008: 348-350; D’Amato y Summer, 2009:
38; Travis y Travis, 2011: 67 ss.).
Por otro lado, en la península ibérica no hay un solo fragmento de cota de malla documentado arqueológicamente (Quesada, 1997: 577; García Jiménez, 2012: 38, 293). Algunos
fragmentos de cadenas de muy pequeños anillos muy inferiores en diámetro e incluso forma a
lo normal, de bronce,12 enlazados en forma de tiras anchas o estrechas y no mediante el sistema
de 1 a 4 o 1 a 6 característico de la cota de malla para dar solidez, corresponden a adornos, no
a armaduras, caso de los objetos de la necrópolis de Casa del Monte en Albacete y de Almaluez en Soria (Quesada, 1997: 577-78 para discusión detallada, también Lorrio, 1997: 166).
Además, algunos contextos, como el de Almaluez en el s. V a. C., son incluso anteriores cronológicamente a la más antigua cota de malla documentada en Europa. En alguna ocasión se ha
propuesto, a partir de las antiguas publicaciones de Adolf Schulten, que algunas tiras de anillos
enlazados de uno en uno o de uno a tres procedentes de los campamentos numantinos del s. II
a. C. en Renieblas pertenecieran a cota de malla, pero un examen detallado permite desechar
esta opción (véase por ejemplo Hansen, 1982: ig. 18 y discusión escéptica en pp. 58-59).
Solo Estrabón, de entre las fuentes literarias razonablemente iables, escribió en época de
Augusto que solo algunos lusitanos (no dice lo mismo de iberos o celtíberos) podían permitirse
cotas de malla o halusidôtos (Estrabón, 3,3,6) en lugar de otras de lino (linothorax). En todo
caso, estas cotas estaban ya, como hemos visto, muy extendidas en su época en el ejército
romano y las tropas auxiliares. Pero incluso si, como parece, pudo en este caso tomar datos de
Posidonio, Polibio o Artemidoro, que conocieron la península en el s. II a. C., lo que destaca es
la escasez de estas cotas, que debemos suponer adquiridas, y que no se mencionen en cambio
entre los pueblos del sur o de la vertiente mediterránea. Ausente está también la cota de malla
en la iconografía peninsular prerromana ibérica. Nunca aparece, que sepamos, sobre cerámica
pintada,13 ni en los millares de exvotos de bronce,14 ni sobre otros soportes. Las únicas repre10 Williams, 1980; Pérez, 2007 para el sistema medieval, a menudo distinto. Véase también Wijnhoven, 2015a y
P. de Gorey, ‘Butted mail’ http: //homepage.ntlworld.com/trevor.barker/farisles/guilds/armour/mail.htm (última visita 7
Abril 2016)
11 Poux sugiere que la cota de malla se habría utilizado en Italia antes que en el sur de la Galia (Poux, 2008: 349),
aunque ello forzaría a revisar las fechas de las estatuas de Entremont con cota de malla, habitualmente datadas en el s. III
a. C.(supra).
12 Existieron algunas cotas de bronce o mixtas en Roma, aunque eran extraordinariamente escasas y lujosas (Robinson, 1975; Viand, 2008; Wijnhoven, 2015b).
13 Ya hemos explicado por qué los patrones de algunos vasos de Lliria no son cotas de malla ni corazas de escamas,
cf. Quesada (1997: 581).
14 Incluso carece de cota de malla con hombreras el poco conocido exvoto que parece representar un legionario con
scutum de spina y casco de penacho, pieza que Cabré (1939-40, lám. XIX) dio como procedente del santuario del Collado
de los Jardines y hoy se encuentra en el Museo de Calaceite (Rovira, Casanovas (2010:86-87).
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LAS ARMAS Y EL CONTEXTO DEL GUERRERO DE “LAS ATALAYUELAS” (JAÉN)
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sentaciones de cota de mallas en contextos ibéricos son, como se ha visto, las de relieves o
esculturas monumentales: dos de Estepa del s. I a. C. y ahora la de Las Atalayuelas.
En conjunto, pues, la cota de malla de Las Atalayuelas, junto con el escudo, es consistente
con un entorno romano republicano de los siglos II-I a. C., con un margen máximo entre el s.
III a. C. y comienzos del I d. C. La talla parece, como hemos visto, obra de un artesano local
ibero con buena técnica.
DATACIÓN
El detallado examen que hemos realizado de las consideraciones estilísticas, así como
de los dos elementos de panoplia visibles y característicos del guerrero de Las Atalayuelas,
permiten realizar una propuesta cronológica que creemos bastante ainada. En todo caso, es
conocida la diicultad que plantea la datación de los conjuntos escultóricos tardoibéricos de
la Bética, prácticamente todos ellos carentes de contexto arqueológico, y en el que los datos
estilísticos tienden a proponer fechas más antiguas (incluso de ines del s. III para el Conjunto
A de Osuna), mientras que la caracterización tipológica de las armas representadas, sin negar
esta posibilidad, lleva la mayoría de los conjuntos (B y C de Osuna, Estepa, etc.) a fechas del
s. II en adelante (véase una reciente síntesis del problema cronológico en Noguera, 2003: 188193, retomada y matizada en Noguera y Rodríguez Oliva, 2008: 400 ss.).
Técnicamente el guerrero tiene rasgos propios de talleres ibéricos locales, como la labra,
posición de la rodilla, faldellín plisado que se remontan hasta los jinetes de Los Villares, incluso la propia piedra a falta de análisis petrológicos. Técnicamente está más próximo a las obras
de buena calidad de Osuna, en particular al primer conjunto, que a los ulteriores o al relieve de
Estepa. Estas consideraciones no son en todo caso muy precisas, y solo autorizarían a proponer
una datación ‘tardía’ o ‘iberorromana’ para el guerrero de Las Atalayuelas.
En cambio, el análisis combinado del escudo circular con gran umbo plano central, característico de la caballería romana republicana, y de la cota de malla, permite precisar algo más.
Creemos que la horquilla máxima posible abarcaría desde muy inales del s. III a. C. hasta
muy inales del s. I a. C. La aparición de las primeras cotas de malla en esta región, y también
en su uso más frecuente en Italia y sur de la Galia, no puede remontarse razonablemente más
allá de la Segunda Guerra Púnica; el escudo de caballería con umbo plano llega por su parte
hasta época augustea en algunos relieves, pero ya en obsolescencia. Pero combinando todos
los datos que hemos venido estudiando, creemos que, dentro de este margen de máximos, la
horquilla más probable para el jinete de Las Atalayuelas debería ir entre aproximadamente el
segundo cuarto del s. II a. C. y las primeras décadas del s. I a. C., por la tipología de las armas
y los paralelos iconográicos analizados.
PROCEDENCIA DE LA ESCULTURA
Mencionamos al principio que en la documentación de la colección original del Fondo
Marsal se indica que la escultura procede de Fuerte del Rey (Jaén), sin más datos, aunque
cuando conocimos la pieza en 1997 el propio R. Marsal nos indicó (FQS) su asociación a
piezas procedentes de la zona del oppidum y un santuario cercano, más que a la necrópolis. En
el mismo FARMM (Fondo Arqueológico Ricardo Marsal) se conserva un gran número de materiales (incluyendo varios fragmentos de escultura zoomorfa y ajuares funerarios completos)
procedentes de una necrópolis del mismo entorno (necrópolis de El Morrón, Fuerte del Rey,
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FERNANDO QUESADA SANZ y CARMEN RUEDA GALÁN
conocida además por excavaciones y prospecciones, cf. Rísquez y Molinos, 2014: 149 ss.),
pero otras muchas se citan como expoliadas del cerro de Las Atalayuelas, en cuya cima se encuentra un importante oppidum ibérico, y en su ladera alta meridional el santuario periurbano
ahora bien conocido gracias a trabajos recientes de uno de nosotros (Rueda, 2011a; Rueda et
al., 2005 y 2015).
En cuanto a la iabilidad general de la procedencia de las piezas del Fondo Marsal, ha
habido cierto debate entre los especialistas, dado su origen sobre todo en actividades de expoliadores y hallazgos no reglados (Ruiz 2014). Ciertamente hay algunas incongruencias menores en las etiquetas de materiales (Gómez, 2014: 69) y algunas sorpresas mayores (Rísquez
y Molinos, 2014: 146), pero R. Marsal tuvo buen cuidado de documentar cuidadosamente la
procedencia de cada objeto que ingresaba, exigiendo numerosos detalles y realizando preguntas de contraste a quienes le ofrecían piezas; en conjunto, los lotes que hemos podido estudiar personalmente son funcional y geográicamente coherentes con las procedencias anotadas
(Quesada, 2014: 237; Ruiz y Rueda, 2014: 132 ss.), y en general los diversos estudios sectoriales tienden a considerar razonablemente iable la procedencia de los lotes (Ojeda, 2014: 9
ss.; Beltrán, 2014: 155; Chaves, 2014: 219 ss.).
En consecuencia, podemos aceptar, a falta de otros datos, una procedencia en el entorno
general de Las Atalayuelas de Fuerte del Rey, y plantear un entorno inmediato en el área del
santuario o, alternativamente, en el área de necrópolis.
EL CONTEXTO ESPACIAL: UNA APROXIMACIÓN AL TERRITORIO DE LAS ATALAYUELAS (FUERTE DEL REY, JAÉN)
El oppidum de Las Atalayuelas (Fig. 30), de cuyo entorno procede nuestra escultura, se
localiza en la zona oriental de la campiña de Jaén, al sur del curso alto del Guadalquivir, muy
próximo a centros importantes como Cerro Maquiz (Iliturgi) o Cerro Villargordo, así como
a otros de tamaño medio como Torrebenzalá y Puente Tablas. Este asentamiento (Fig. 31) se
conigura como una sucesión de colinas, con una altitud máxima de 597.83 m s. n. m., que se
extienden en el límite meridional del término municipal de Fuerte del Rey. Las investigaciones
desarrolladas han permitido la aproximación a un asentamiento caracterizado por su dilatada
secuencia histórico-arqueológica, que abarca desde el Neolítico hasta época emiral, aunque
con un período de lapsus ijado en la segunda mitad del siglo II (Castro, 1998: 227; Castro et
al., 1990; Castillo, 1998).
Para el período Ibérico Antiguo se conigura como un asentamiento tipo oppidum, que participa en el modelo polinuclear que se ha deinido para la Campiña de Jaén, siendo clave para
la articulación territorial de esta comarca. En este momento (siglo VI a. C.) domina un área
conigurada por los cerros de Las Norias y Las Atalayas, quedando huellas de esta ocupación
en una imponente muralla, con una anchura de entre 5 y 7 metros y con bastiones-contrafuertes
de planta cuadrada.
Durante las fases posteriores, también ibéricas, el asentamiento continuó ocupado, esta
vez centrado en la zona de Las Atalayas, constatándose el abandono del recinto antiguo. Este
núcleo parece conigurarse desde entonces como un asentamiento de tipo medio que jugaría
un papel fundamental en la organización del poblamiento entorno al Valle del Salado de Los
Villares (Torres y Gutiérrez, 2004).
A este momento ibérico pertenecen al menos dos necrópolis, situadas en la cañada de los
Oriondos, lamentablemente saqueadas (Castro et al., 1990). Recientes trabajos centrados en el
Fondo Ricardo Marsal nos han permitido obtener información complementaria, que contribuGladius, XXXVII (2017), pp. 7-51. ISSN: 0436-029X. doi: 10.3989/gladius.2017.01
LAS ARMAS Y EL CONTEXTO DEL GUERRERO DE “LAS ATALAYUELAS” (JAÉN)
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Figura 30. Entorno del oppidum de Las Atalayuelas (Jaén). Fuente: Castro, 1998.
ye a completar parcialmente el panorama para este momento, sobre todo en lo concerniente al
espacio funerario. Un área importante es la que deine el denominado como Morrón en la que
se ha documentado una necrópolis con dos momentos de uso. Del primero, ijado entre inales
del siglo V a. C. e inicios del IV a. C., contamos con repertorios importantes de cerámica ibérica, también de importación ática, conjuntos de panoplias e, incluso, escultura funeraria. Del
segundo, fechado entre mediados del siglo II y el I a. C., poseemos ejemplos que muestran la
mezcla de los repertorios de tradición, con la presencia de una cultura material que referencia
el culto ya romano (Rísquez y Molinos, 2014: 149-150).
Para este momento, la ciudad romana ocuparía la zona central del asentamiento, en los
Cerros del Morrón y las Atalayas (Fig. 30). Estaría bordeada por un sistema de fortiicación
de mampostería regular, cuyas evidencias pueden seguirse en supericie, percibiéndose de
manera clara un acceso entre las dos unidades topográicas descritas, lanqueado por dos torres adosadas al lienzo murario. Con la crisis del siglo II se abandona esta ciudad, aunque se
ha documentado una ocupación romana posterior, ya de época bajoimperial (Castillo, 1998).
Siguiendo las investigaciones desarrolladas por Marcelo Castro, el territorio de Las Atalayuelas se deine como un espacio político de control delimitado por una serie de torres
dispuestas de forma más o menos regular en el entorno, que han permitido reconstruir una
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frontera demarcada al oeste, por el arroyo del Cortijo de la Piedra, en cuyo curso alto separa el
territorio de Las Atalayuelas del sitio de Casa Fuerte; mientras que el lado oriental queda deinido, respecto a Aurgi, por medio del curso del arroyo Platero o del Judío; asimismo el límite
con Iliturgi pasa próximo a los cortijos del Morrade y Cañabate. El arroyo del Saladillo cierra
el límite septentrional, frontera con el espacio político de Urgavo (Castro, 2004).
Figura 31. Contexto inmediato del oppidum de Las Atalayuelas y la necrópolis de El Morrón.
Del mismo modo, los análisis de territorio han permitido una aproximación a la ordenación parcelaria de época romana, que estructuraría un amplio territorio de más de 3200 ha. El
punto central del reparto o umbilicus fue situado por en este estudio en el Cerro de Las Norias,
muy próximo al emplazamiento del santuario periurbano de Las Atalayuelas (Castro, 1998:
248-251). Posiblemente, esta área se ajustase a unas características topográicas y simbólicas
propias de un hito para este territorio.
EL SANTUARIO PERIURBANO DE LAS ATALAYUELAS: ESPACIO DE REFERENCIA
TERRITORIAL
El Cerro de las Norias, como unidad topográica destacada en el paisaje, fue seleccionado
para la ubicación de un santuario para el oppidum y el territorio de Las Atalayuelas (Figs. 31
y 32). Se ediicó en la zona alta de la ladera, delante de los restos de la fortiicación de época
antigua. Su proximidad a la ciudad, situado apenas a 60 m de una de sus puertas, nos permite
deinirlo como periurbano, puesto que se ubica fuera de los límites del lienzo murario pero
dentro de su perímetro de control efectivo (y simbólico). Un entorno antropizado que le otorga
un carácter accesible y abierto (Fig. 31). El santuario de Las Atalayuelas es, probablemente,
un primer intento de aproximación del culto a la ciudad en un momento de transición hacia
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LAS ARMAS Y EL CONTEXTO DEL GUERRERO DE “LAS ATALAYUELAS” (JAÉN)
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modelos netamente ciudadanos, como base de legitimación e identiicación de la comunidad
(Rueda et al., 2005).
Figura 32. El santuario de Las Atalayuelas en relación topográica con las murallas y
el acceso al oppidum.
Se han documentado dos fases en el uso de este espacio de culto. La primera, ijada en
la primera mitad del siglo II a.C, se inicia con un acto de fundación que consiste en una puGladius, XXXVII (2017), pp. 7-51. ISSN: 0436-029X. doi: 10.3989/gladius.2017.01
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riicación mediante fuego ritual, en el que intervienen ritos con ofrenda de cerámica. Sobre
este nivel se construye el primer santuario, que no es posible reconstruir arquitectónicamente,
aunque conocemos que funcionaría hasta mediados del s. I a. C. Esta cronología marca un
momento de cambio y reediicación, en el que se introduce una planta nueva que rompe (en
orientación y estructuración) con la anterior. Para esta última fase, el ediicio se articula en
tres terrazas, con acceso desde el sur a través de un patio cercado, que da paso a un patio
semicubierto con tégula, un thesaurus, en el que se ha documentado un depósito votivo que
cuenta con más de 580 ofrendas, entre cerámica (la categoría más numerosa), exvotos en piedra, exvotos en hierro, monedas, una espada recta, un vasito de plata, un vaso de bronce, un
ara votiva en piedra, asadores y elementos de adorno femenino. La última terraza, la superior,
coincide con una estancia cerrada con llave, que ha sido encontrada en las excavaciones, que
hemos identiicado como la cella, caracterizada por la ausencia de material votivo en ella. El
santuario funcionó hasta el cambio de era, momento en el que se abandona junto con el último
depósito de ofrendas, que queda sellado por los procesos postdeposicionales que siguieron al
abandono, fundamentalmente debido a una fuerte destrucción de la cubierta del mismo (Rueda
et al., 2005 y 2015).
La iconografía de este santuario se expresa fundamentalmente a través de la pequeña escultura votiva. Se caracteriza por sus reducidas dimensiones y por su tratamiento sencillo y
esquemático que se inscribe dentro de una tendencia documentada en las campiñas oriental de
Córdoba y occidental de Jaén, que tiene el más conocido referente en el santuario de Torreparedones, así como de manera más puntual en algunos espacios de culto del sureste, como La
Encarnación. Un tipo de escultura esquemática menor que en ocasiones se combina con ejemplares algo más elaborados, que rompen con esta tendencia generalizada, posiblemente como
recurso de signiicación, tal y como se puede deducir con la presencia de la escultura femenina
acéfala de Torreparedones (Morena, 1989 y 2007)
Volviendo a Las Atalayuelas, en bulto redondo o en relieve las esculturas de este santuario
giennense representan a los/las oferentes y dedicantes, como memoria del rito y de la condición benefactora de la divinidad, recogiendo pautas iconográicas que evidencian una herencia
o tradición, aunque reformulada y adaptada a un nuevo ambiente religioso, pero muy alejada
de los cánones potenciados por Roma (Jiménez, 2011: 111-112; Rueda, 2011a). Una mirada a
este contexto heterogéneo permite deinir cómo el rito ibero ejerce de articulador de las prácticas desarrolladas, materializándose en la continuidad de elementos prácticos y simbólicos que
reviven la tradición religiosa. Se constata un proceso de continuidad, al mismo tiempo que de
interacción, que mantiene fórmulas de tradición indígena, inluidas por la religión púnica y,
con posterioridad, romana.
Interesa resaltar que este tipo de análisis debe realizarse a nivel regional, puesto que los
procesos de hibridación religiosa maniiestan fórmulas diversas, que varían de un santuario a
otro, de un territorio político a otro. Surgen situaciones nuevas y soluciones diversas integradas en procesos de cambio y negociación. Las variables de análisis son muchas y este trabajo
no está orientado a la resolución de estas cuestiones, pero subrayamos una variable de análisis
de la multiplicidad de los procesos y soluciones, que tiene que ver con la divinidad, incluso
con su advocación y su nombre. Conocemos algunos casos, como Torreparedones y Las Atalayuelas, que muestran soluciones diferentes en un contexto temporal y religioso similar. Así,
mientras que en el santuario cordobés se apela a la Dea Caele(s)tis, en el santuario giennense
de mantiene la advocación a una deidad indígena, Betatun, que pone de maniiesto la continuidad del teónimo ibero hasta inales del siglo I a. C. (Rueda, 2011b)
En la convergencia de intereses entre las élites iberas y Roma podrían residir algunas de
las claves para comprender esta combinación de soluciones, también en lo que a la apariencia
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LAS ARMAS Y EL CONTEXTO DEL GUERRERO DE “LAS ATALAYUELAS” (JAÉN)
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o formas de representatividad tiene que ver. Los procesos coloniales no suponen una asimilación radical y estricta de la realidad del colonizador. Tampoco sucede así en las sociedades
iberas en sus relaciones con Roma, éstas no se trasmutaron en romanas, más bien acertamos a
matizar la presencia de nuevas realidades identitarias que deinen una sociedad nueva, que ya
no es estrictamente ni ibera ni romana. En este contexto es perfectamente entendible la incorporación de la iconografía que centra este trabajo y que se vincula, según nuestras noticias, a
este santuario periurbano de Las Atalayuelas.
No nos debe extrañar la incorporación de la imagen monumental en este espacio de culto.
En contextos similares, que se convierten en auténticos paralelos, como el santuario de Torreparedones, se documenta un proceso similar. Procedente del entorno del santuario, aunque se
trata de un hallazgo antiguo (De la Corte, 1839), es una escultura femenina singular, destacada
en el conjunto de escultura votiva de este espacio de culto (Morena, 1989 y 2007). Se trata de
una pieza acéfala, de algo más de 1,20 m de altura, que representa a una mujer estante, vestida
con túnica larga y un velo que sujeta con ambas manos a la altura del vientre. De nuevo se
trata de una pieza fechada de manera general en el período iberorromano, aunque evidencia
recursos que recuerdan a la plástica de tradición ibera, no solo en la ejecución de la pieza, sino
también en la construcción iconográica y simbólica de la imagen femenina. En contraste con
la pieza de Las Atalayuelas nos interesa remarcar la presencia de esta estatuaria singular que,
alejada de las tendencias generales de la estatuaria votiva tardía (caracterizada por su labra
bastante esquemática y abstracta, aparte de por su reducido tamaño), puede ser utilizada como
recurso de signiicación.
En el contexto del santuario giennense de Las Atalayuelas supondría la signiicación de la
imagen heroica, que rememora un tiempo pasado, aunque reevaluada contextualmente y con
atributos de época. Este es un recurso que no es nuevo ni, de forma general, en la iconografía
ibérica, ni de forma particular en este santuario periurbano, en el que encontramos evidencias
claras de la síntesis e introducción de elementos exógenos relacionados con aspectos diversos
del culto, también con la propia práctica ritual. Así se aprecia en un pequeño fragmento que
representa parte de una mano que sostiene una pátera mesómphalos de umbo marcado (Rueda
et al., 2005: ig. 9), un objeto de origen itálico, que marca pautas especíicas en el ritual libatorio, y se integra en la imagen de este santuario como una reelaboración original, propia de
este tiempo.
Siguiendo la línea argumentativa de la posible pertenencia a este espacio de culto, el elemento estudiado podría haber formado parte de un monumento o hito relevante en el mismo, o
incluso del ediicio documentado, vinculado a una puerta. Así, del santuario de Las Atalayuelas proceden otros relieves (con temáticas individuales y colectivas) que pudieron integrarse
como elementos ornamentales y permanentes en la propia estructura edilicia.
Sin embargo, dadas las características de la colección particular que adquirió esta pieza,
no podemos descartar que, junto a la vinculación al santuario periurbano, debamos pensar en
una alternativa. La escultura tiene una escala mucho mayor que los exvotos del santuario, y
debió pertenecer a una estructura voluminosa, quizá (pero esto es especulativo en el estado
actual de nuestro conocimiento, a falta de futuras excavaciones) ubicada junto al santuario en
un acceso a la inmediata fortiicación del oppidum (Fig. 31), y en un momento avanzado, quizá
desde mediados del s. II a. C.
En este contexto, no puede en absoluto descartarse —y quizá en realidad sea la mejor
opción— que el relieve proceda en realidad de un monumento de tipo funerario, ubicado
como estructura exenta en la zona de acceso al oppidum, o quizá ubicado originalmente en
la muy cercana necrópolis del Morrón, en el extremo oriental del mismo (Fig. 30). De esta
necrópolis proceden además otros fragmentos escultóricos, de buena factura, incluyendo una
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FERNANDO QUESADA SANZ y CARMEN RUEDA GALÁN
buena cabeza de toro, un ovicáprido, pero que son probablemente mucho más antiguas que la
igura del guerrero (Rísquez y Molinos, 2014: 149-150). En este sentido, la casi totalidad de
los relieves con iguras humanas comparables al que estudiamos, en la península ibérica tanto
como en la misma Italia, son de carácter funerario cuando tenemos un mínimo contexto (e.
g. Polito, 1998 para monumentos itálicos; Noguera, 2001, Noguera y Rodríguez Oliva, 2008
para el caso hispano).
EL ‘GUERRERO’ DE LAS ATALAYUELAS EN EL CONTEXTO DE LA ESCULTURA LLAMADA ‘IBERORROMANA’
La escultura que estudiamos pertenece pues al periodo que A. Balil consideró, con ina
percepción, de transición entre la ‘escultura romano-ibérica a la escultura romano-republicana’ (Balil, 1989), y debe relacionarse con los conjuntos de escultura arquitectónica de la
Turdetania/ Bética que van desde el primer monumento de Osuna al relieve de Estepa, pasando
por el jinete de la Rambla (López García, 1999). Su relación con los conjuntos albacetenses
del Cerro de los Santos (sobre las piezas, en último lugar Truszkowski, 2006; sobre la ‘lectura’
del santuario, en último lugar García Cardiel, 2015), y otros similares de menor volumen, es
más lejana. En conjunto, el relieve de Las Atalayuelas puede vincularse a la tradición de los
talleres de la zona de Osuna-Estepa en la catalogación de León Alonso (1998: 46 ss.), y a su
vinculación con corrientes helenístico-itálicas.
Con todo, y pese a los referentes relativamente cercanos del área sevillana, cordobesa y
malagueña que antes hemos analizado, el repertorio —riquísimo— de escultura ibérica y romana del ámbito giennense no proporciona referentes cercanos en la combinación de técnica,
ejecución, temática y cronología que aporta nuestra pieza. Los repertorios de escultura ibérica
de la zona remiten siempre a modelos mucho más antiguos y no comparables, como el conjunto de Porcuna y muchos otros elementos aislados (e.g. Chicharro, 1990), y desde luego el conjunto de exvotos del propio santuario de Las Atalayuelas pertenece, como acabamos de mencionar, a otra tradición bien distinta (Rueda, 2011a: 191 ss.). Por el otro extremo de la horquilla
cronológica, la escultura catalogada normalmente como ‘romana’ ofrece algunos fragmentos
de relieves con armas fechables en el s. I d. C. o como mucho en el entorno del Cambio de
Era, que sin embargo no deben incluirse dentro de la escultura ‘iberorromana’. Contamos así
con un bloque decorado con motivos militares que presenta escudos ovales (scutum/thureos)
cruzados en la tradición del trofeo, parte de una metopa (Baena y Beltrán, 2002: 127-128,
n.cat. 114) de un monumento en Mengíbar, relacionable con las de otros monumentos itálicos
de época augustea o posterior en Italia, como algunos de los estudiados por Polito y que hemos
citado antes. Muy interesante es otro fragmento de relieve procedente de Cástulo pero sin contexto (Baena y Beltrán, 2002: 110-111, n. cat. 82, que muestra un escudo circular con umbo y
spina de tradición céltica y característico de la caballería tesalia y macedonia, y en ocasiones
romana republicana, como se aprecia por ejemplo en el ya citado monumento de Emilio Paulo,
de c. 167 a. C. en el que al menos un jinete lleva un escudo idéntico al de Jaén (Taylor, 2016:
567). De origen celta, corresponde al tipo B del estudio de Eichberg (1987) sobre el scutum
(pese a su forma circular), de amplia difusión. Este tipo circular con spina fue sustituido en
época augustea en las unidades de caballería auxiliar romana por un escudo oval plano (Travis
y Travis, 2014: 50 ss.; Bishop y Coulston, 2006: 91). Aunque el relieve puede representar un
arma capturada, gálata, macedonia o simplemente ‘tradicional’, en un contexto retardatario del
s. I d. C., también podría tratarse de una representación algo anterior, del s. I a. C.
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LAS ARMAS Y EL CONTEXTO DEL GUERRERO DE “LAS ATALAYUELAS” (JAÉN)
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Los trabajos más recientes enfatizan el contexto social en rápida transformación en que
se labraron estas esculturas, normalmente monumentos arquitectónicos decorados de bastante
empaque, como en Osuna y Estepa, al servicio de unas élites iberas de alto nivel que se adaptaron con rapidez a la dominante presencia romana, como lo habían hecho a la cartaginesa.15
Los asentamientos de veteranos y otros emigrantes itálicos ya desde fechas muy antiguas de
la presencia romana (fundación de Italica ya en 206 a. C., Apiano Iber. 38) contribuiría en
pocas generaciones a crear elites urbanas iberorromanas o romano-iberas que demandarían
creaciones, escultóricas o de otro tipo, de nuevo cuño (López García, 1999: 2905; Noguera,
2003: 164). Se habla pues expresamente de ‘bipolaridad’ en escultura iberorromana (Noguera
et al., 2005: 107-108) y con más frecuencia de ‘hibridación’ en escultura (Noguera, 2003: 196;
Beltrán, 2009: 18; Jiménez, 2011), asociado a «un proceso de cambio social y colonización»
(Jiménez, 2011: 106), aunque recordando que la mayoría de las esculturas que estamos estudiando son productos de talleres locales que ya estaban activos antes de la llegada de Roma
(Noguera, 2003: 167; Jiménez, 2011: 106), caso que es evidente también en el complejo de
Las Atalayuelas-El Morrón, según hemos visto. En cambio, las primeras ciudades propiamente romanas no han proporcionado, en las primeras fases (s. II a. C.) restos de importancia
similar (Beltrán, 2009: 20), aunque deberíamos reevaluar en este contexto la importancia del
jinete del Palacio de Torres Cabrera (Córdoba), si aceptamos una cronología en el s. II a. C.
o principios del I a. C. Así pues, se crearían producciones de técnica local con una temática
no nueva, pues goza de larga tradición ibérica e ibérico-helenística, pero sí revestida de una
tipología de objetos y vestimenta ya romanas (Noguera, 2003: 164-165).
Un cierto consenso imperante en los últimos años (y que podrá durar, o no), pese a la falta
de contextos arqueológicos precisos, asocia la iconografía de estos monumentos a rituales propios de un munus (deber) funerario de carácter gladiatorio, imbricado además profundamente
con ‘instituciones’ como la devotio, comprensibles si no comunes para ambos elementos de la
nueva interacción social, ibéricos y romanos (Bendala, 2015: 167-179; ss.).
Los legionarios de Estepa, por ejemplo, han sido a veces considerados como tales soldados, pero también como auxilia hispanos de las cohortes scutatae de época sertoriana
o cesariana, o incluso como gladiadores. Una visión sincrética o ecléctica, que acepta la
pertenencia del bloque de Estepa a un monumento importante y el carácter legionario de los
soldados, llega a considerar que éstos «conformaran, junto a otros vestigios desconocidos, la
base de un monumento funerario [...] en el que con un contaminado dialecto itálico se narran
escenas de venatio y enfrentamientos militares acontecidos en el marco de un munus fúnebre» (López García, 2009: 173; en la misma línea de una representación de munus, Noguera,
2003: 175-176)
Algo parecido ocurre con los monumentos —sin duda más de uno— de Osuna (León,
1981; Rouillard, 1997: 29-41; Pachon et al., 1999: 402 ss.; Beltrán y Salas, 2002: passim), en
el que los relieves han pasado de gozar de una lectura inicial más o menos literal como escenas
de combate o de parada (León, 1981: 191; Beltrán y Salas, 2002: 247) a una consideración
como duelos gladiatorios, probablemente funerarios, en honor de un gran personaje, quizá romano (Blázquez y Montero, 1993: 77; Noguera, 2003: 164 y 170; Olmos, 2003: 93; Bendala,
2015: 175-178), remontándose esa gladiatura al monumento de Porcuna, en el s. V a. C. en el
caso de Blázquez, Olmos y Bendala. En todo caso, el carácter funerario de estos conjuntos no
parece ponerse en duda (Noguera, 2003: 195); como tampoco en el caso del jinete de Mon15 Aunque la ausencia en la zona turdetana de monumentos ‘iberorromanos’ ha sido utilizada para defender por el
contrario un cierto ‘rechazo hacia símbolos culturales romanos en la zona de la antigua Turdetania’, lo cierto es que el caso
de Osuna, o el de Estepa, implican una continuidad, adaptada, de viejas tradiciones, más que un rechazo (véase Beltrán y
Salas, 2002: 251).
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temayor/La Rambla (López García, 1999: 299) (Fig. 20), desechándose implícitamente casi
siempre la existencia de monumentos honoríicos o conmemorativos no funerarios, algo de lo
que no estamos del todo convencidos (infra). Algunos investigadores sin embargo, y tendemos
a coincidir con ellos, siguen pensando que conjuntos como los tardíos de Osuna, con escenas
de legionarios (cornicen) y auxiliares, representan batallas, «en las que seguramente se recuerdan los feroces combates de los romanos [y sus auxilia locales, añadiríamos nosotros] contra
pueblos indígenas, en concreto de los lusitanos...» (Beltrán, 2009: 26).
A este ambiente general correspondería en principio el monumento de Las Atalayuelas,
pero insertado en un contexto periurbano claramente indígena, en absoluto comparable por
ejemplo al contexto urbano cordobés del jinete del Palacio de Torres Cabrera (Fig. 18), con el
que comparte —eso sí— la iconografía como jinete con parma equestris. En Las Atalayuelas
no cabe duda, como en Porcuna o Estepa (Fig. 25), que estamos ante artesanos locales con un
conocimiento bastante preciso de la panoplia y vestimenta romanas, lo que lleva a plantear la
cuestión de su clientela (Jiménez, 2011: 106), tema extraordinariamente complejo en el que
no podemos entrar aquí desde una perspectiva global: santuarios como el Cerro de los Santos
(García Cardiel, 2015) presentarían en los siglos II-I a. C. una problemática muy distinta a la
del complejo de Las Atalayuelas.
En este sentido, parece evidente que un fragmento aislado, descontextualizado y retallado
como es el de nuestro guerrero, no nos permite siquiera decidir si el personaje representado
fue (a) un jinete romano de caballería —quizá un noble— en una escena de batalla; o bien (b)
un aristócrata ibero armado y montado ‘a la romana’, con armas quizá regaladas en prenda de
amicitia, como sabemos que ocurrió a veces en el periodo (por ejemplo Polibio 10,18; Livio
29, 19, 7; Polibio 10, 40, 10; Plutarco, Sert. 14, 1-2) en una escena de batalla, o de heroización
ecuestre.16 De hecho, la heroización del difunto es la opción que propone Rodríguez Oliva
para el jinete del relieve de Lacipo (Málaga), (Fig. 19) que se haría extensible al conjunto de
estos relieves interpretados, como hemos dicho, siempre en clave de monumentos funerarios
(Rodríguez Oliva, 2003; Noguera y Rodríguez Oliva, 2008: 397)
No parece probable una opción (c), la representación de un combate gladiatorio o duelo
singular funerario a caballo. No hay duda de la existencia de estos duelos a muerte entre nobles
y hombres libres en Iberia, como en Livio 28,21 —en honor de los Escipiones caídos—; o en
Apiano Ib. 75 —funerales de Viriato—. Pero es más dudoso un duelo a caballo. Aunque en
el futuro habría equites entre los gladiadores (Ruiz de Arbulo, 2006: 251), en esta fase previa
a la aparición de un ludus en lugar de munus regular en Roma (producido como es sabido
desde César, cf. Suetonio Div. Iul. 39; Plinio 33,53; Dion Casio 43, 22-23), parece sumamente
improbable la existencia misma de un duelo gladiatorio a caballo. En cambio, la monomachia
ecuestre sí está documentada localmente, lo que podría permitir una opción (d) especulativa,
la de un duelo ecuestre, pero no en un contexto gladiatorio, sino de desafío entre campeones,
como el que quizá (pero solo quizá) sostuvo a caballo Escipión Emiliano con un noble vacceo
ante Intercatia en el año 151 a. C. (Polibio 35,517 Livio Per.48.20; Apiano Iber. 53; Floro
1,33,11; Val. Max. 3,2,6).
En conjunto, y dado el contexto puramente local hasta donde sabemos de Las Atalayuelas (oppidum, santuario y necrópolis) nos parece más probable que nos encontremos ante un
aristócrata ibérico armado ‘a la romana’. ¿Conviene pues en este caso —y en los otros asociados como Osuna, Estepa o Lacipo— rechazar el término ‘iberorromano’ (o romano-ibérico)
utilizado en su momento por A. García y Bellido (1943) o P. León Alonso (1981), y postular
16
17
López García (1999: 299) se plantea una disyuntiva semejante ibero/itálico sobre el jinete de La Rambla.
Aunque el texto, solo conservado en la Suda, puede estar corrompido o interpolado.
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LAS ARMAS Y EL CONTEXTO DEL GUERRERO DE “LAS ATALAYUELAS” (JAÉN)
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simplemente que nos encontramos ante «la escultura romana de la Hispania republicana» (Noguera et al., 2005: 103). Creemos que estamos ante una cuestión de perspectiva: el contexto y
la talla de la mayoría de estas esculturas es ibérico con un revestimiento formal parcialmente
romano; y del mismo modo que encontramos a ines del s. II o principios del I a. C. poblados
puramente ibéricos en su cultura material y formas de vida, en lo que políticamente, y desde
la perspectiva de Roma, era una provincia, el contexto social de estas esculturas es también
ibérico, en un entorno político y cultural crecientemente romano. Desde el punto de vista de un
iberista, estamos ante esculturas a las que la etiqueta ‘iberorromana’ no sienta mal. La debatida
cuestión semántica (Rodriguez Oliva, 2003: 343; Noguera, 2003: 196; Noguera et al., 2005:
103 etc.), en todo caso, no debe ocultar que la presencia de Roma no hace sino añadir peso y
tiempo a un proceso de helenistización (mejor que helenización, pro Bendala, contra Noguera)
ya previo (Bendala, 2006 y 2015), lo que hace que el proceso no sea de simple ‘romanización’
sino de interacción cultural matizada (Noguera, 2003: 196).
En este sentido, hay que recordar que la imagen del jinete armado con un gran escudo
circular, representado desde su lanco izquierdo y mostrando por tanto toda la supericie de
la parma, no solo no es ajena a la tradición ibérica, sino que se remonta a fechas antiguas y
es especialmente notable en el ámbito turdetano.
Así, por ejemplo, en el pilar-estela con relieve
del Corral de Saus (Valencia), fechable en la
primera mitad del s. IV a. C. (Izquierdo, 2000:
328-329) (Fig. 33), el jinete ibero se presenta
mirando a la izquierda, con la mayor parte del
cuerpo cubierto por un gran escudo, contra lo
que podría parecer lógico en la iconografía antigua, que suele tender a mostrar el cuerpo humano lo más íntegramente posible. La idea de que
el escudo aquí actúa como un símbolo apotropaico salta enseguida a la mente. Esta iconografía de jinete esculpido a la izquierda perdura en
relieve en los ya mencionados casos de Lacipo
(Casares, Málaga) (Noguera y Rodríguez Oliva,
2008: ig.12), y en el caso que estudiamos de
Las Atalayuelas; y en bulto redondo en el jinete
del Palacio de Torres Cabrera.
Mucho más adelante en el tiempo, ya tras la
conquista romana y en una cronología próxima a
la que proponemos para la escultura de Las Atalayuelas, la imagen del jinete con gran escudo
circular a la izquierda se hizo extremadamente
frecuente en las acuñaciones de la Turdetania/
Bética, e incluso en el Sureste peninsular (Ikalensken). Justo al contrario, nos apresuramos a
añadir, que en las monedas ‘de jinete ibérico’
de Levante y el nordeste. Hace algunos años ya
prestamos atención detallada a estas imágenes
Figura 33. Cipo funerario de la necrópolis de
monetales, y no repetiremos aquí las consideCorral de Saus (Valencia) (Museo del SIP, Varaciones que en su momento hicimos sobre la
lencia). (Foto F. Quesada).
importancia de la iconografía del escudo cirGladius, XXXVII (2017), pp. 7-51. ISSN: 0436-029X. doi: 10.3989/gladius.2017.01
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cular sobre todo en el cuadrante suroccidental (incluyendo buena parte de Andalucía) de la
península ibérica desde el Bronce Final al periodo romano-republicano (Quesada y García
Bellido, 1995: 71-72). Recientemente, Noguera y Rodríguez Oliva (2008: 397-98 y ig. 13)
han prestado de nuevo atención a estas monedas, relacionándolas también con la escultura iberorromana. En las cecas de Ituci o Carisa, por ejemplo, o en la de Ikale(n)sken, los escudos son
preeminentes, y llama poderosamente la atención que en algún caso el gran umbo central y el
rehundimiento en torno a él recuerden mucho al tipo de escudo ‘popanum’ que hemos venido
estudiando. Dado el pequeño tamaño —pocos milímetros de diámetro— no queremos llevar
este paralelo más lejos (Fig. 23), pero nos parece evidente en los modelos que mostramos que
se ha intentado representar este tipo de escudo, y no otro. En otras emisiones aparecen otros
clípeos sin umbo y con reborde, lo que demuestra una intencionalidad en cada caso.
CONCLUSIÓN
En conjunto pues, creemos que el jinete de Las Atalayuelas es una escultura de producción
local pero fuerte inluencia itálica, datable probablemente entre el segundo cuarto del s. II a.
C. y las primeras décadas del s. I a. C., aunque la horquilla máxima posible es algo mayor
por ambos extremos. Desde el punto de vista cultural, y según la perspectiva adoptada, puede
considerarse tardo-ibérica o romana republicana, siendo ‘iberorromano’ un comodín adecuado aunque no exento de problemas. Desde luego, las armas representadas son propiamente
romanas (parma equestris y lorica hamata) y pertenecen a una tradición romana, tanto armamentística como iconográica. Por otra parte, algunos indicios arqueológicos, además de fuentes literarias, autorizan a pensar que determinadas armas habituales de los ejércitos romanos,
como la lorica hamata, fueron en ocasiones —infrecuentes— conseguidas por jefes ibéricos,
bien como resultado de regalos o capturadas como botín de guerra. La pieza perteneció, como
parte de un conjunto de buena calidad y gran tamaño, a un monumento que pudo ser funerario
pero también conmemorativo u honoríico, ya que en una autopsia intrínseca no hay realmente
datos sólidos para apostar por una u otra opción. El que tradicionalmente asignemos esa función funeraria a otras esculturas de similar entorno geográico, cronológico y estilístico, en la
mayoría de los casos sin tener tampoco un contexto irme, no debe llevarnos a sostener como
indudable dicha contextualización. Con todo, el contexto itálico de piezas similares sí es mayoritariamente (aunque no en el relieve del Foro de Roma), claramente funerario. El contexto
probable de hallazgo, en el entorno del oppidum ibérico de las Atalayuelas, y su santuario y
necrópolis anejos, autoriza ambas posibilidades. En este marco cronológico y cultural, no parece fácil pensar en una escena de tipo gladiatorio, dentro de un munus debido a un difunto de
rango elevado, siendo más factible una escena de monomachia o simplemente una escena de
batalla (con escudo, aunque la coraza de malla sería rara en este contexto).
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Recibido: 27-04-2016
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